3 de marzo de 2014

Dolores Labarcena




















Pedigrí 


Según la tesis un tanto caricaturesca de Lamarck: “En pueblos donde el herrero hereda el oficio de su padre y de sus abuelos, se pensaba que heredaba también unos músculos bien desarrollados. No solo los heredaba, sino que los desarrollaba más con el ejercicio, y pasaba estas mejoras a su hijo”.

Beethoven tenía en su ascendencia varios músicos, comenzando por el padre, pero que se sepa, ninguno de ellos fue sordo. La peor trastada que puede jugarle el destino a un compositor es la sordera. Comentan que sufría cambios de humor muy bruscos y que por arrancar de cuajo esa y otras dolencias, además de plantearse seriamente el suicidio, probó en sí mismo varios inventos: cornetas acústicas, un sistema para escuchar el piano, unos ejercicios estrambóticos. Pero no hubo remedio, salvo superar al más afinado de sus contemporáneos.

Stephen Hawking, carente por completo de capacidad motora y habla articulada, ni en sueños heredó su esclerosis lateral amiotrófica. Para moverse, el polémico astrofísico se sirve de una peculiar silla de ruedas con una computadora enchufada, capaz de emitir las palabras que selecciona mediante sus ojos. Ese patinar de sus canículas oculares pone en jaque a más de uno.

Otro caso es el de Oscar Pistorius, atleta sudafricano que posee varias marcas mundiales en campo y pista. Nada menos que el hombre más rápido de la historia sobre ninguna pierna. Cuál no sería el pesar de sus padres cuando tomaron la decisión, (por su bien) de amputar sus extremidades, con apenas un año de nacido. Casi vemos la cara de pasmo del primer entrenador de atletismo, preguntándose para sus adentros, ¿por qué rayos no se dedica mejor al ajedrez? Pero no, su ilusión era la velocidad, y la desarrolló sobre prótesis, también entre los mejores corredores sin impedimento alguno.

Tal ímpetu ha sido absurdamente truncado. “Ese inválido tenía una obsesa predilección por las armas de fuego” … se lee ahora en toda la red. Justo las coletillas que le cuelgan, semejantes a adornos florales, son las que estimulan el fisgoneo. Y entonces te preguntas ¿quiénes tienen la tara? ¿Cuántos gozan de pedigrí? Cierto que ya lo juzgaron por asesinato, pero no queda claro si accionó el gatillo por error o venganza. O una mezcla de ambos; quién sabe.

Desprovisto de talento para la pintura, Hitler se dedicó a plagiar estampillas postales. Tal vez por eso y otros aditivos, como el apellido de su abuela, Schickgruber, evidentemente de origen judío, contribuyeron a lo que conocemos al dedillo: su ley de elección. Si damos crédito a esta versión de la herencia, y no apelásemos a la duda, del mismo modo que los detractores de Lamarck en su tiempo, el Führer hubiera sido un buen zapatero, como su padre, oficio que aprendió de niño y ejerció hasta su impávida mocedad. Conjeturar no mata. Así que imaginémoslo entre piececitos, alcanzándoles gustosamente el calzador a las menudas damas de Braunau am Inn.

 




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