Dolores Labarcena
Según la tesis un tanto caricaturesca de Lamarck: “En
pueblos donde el herrero hereda el oficio de su padre y de sus abuelos, se
pensaba que heredaba también unos músculos bien desarrollados. No solo los heredaba,
sino que los desarrollaba más con el ejercicio, y pasaba estas mejoras a su
hijo”.
Beethoven tenía en su ascendencia varios músicos,
comenzando por el padre, pero que se sepa, ninguno de ellos fue sordo. La peor
trastada que puede jugarle el destino a un compositor es la sordera. Comentan
que sufría cambios de humor muy bruscos y que por arrancar de cuajo esa y otras
dolencias, además de plantearse seriamente el suicidio, probó en sí mismo
varios inventos: cornetas acústicas, un sistema para escuchar el piano, unos
ejercicios estrambóticos. Pero no hubo remedio, salvo superar al más afinado de
sus contemporáneos.
Stephen Hawking, carente por completo de capacidad
motora y habla articulada, ni en sueños heredó su esclerosis lateral amiotrófica.
Para moverse, el polémico astrofísico se sirve de una peculiar silla de ruedas
con una computadora enchufada, capaz de emitir las palabras que selecciona
mediante sus ojos. Ese patinar de sus canículas oculares pone en jaque a más de
uno.
Otro caso es el de Oscar Pistorius, atleta sudafricano
que posee varias marcas mundiales en campo y pista. Nada menos que el hombre
más rápido de la historia sobre ninguna pierna. Cuál no sería el pesar de sus
padres cuando tomaron la decisión, (por su bien) de amputar sus extremidades,
con apenas un año de nacido. Casi vemos la cara de pasmo del primer entrenador
de atletismo, preguntándose para sus adentros, ¿por qué rayos no se dedica
mejor al ajedrez? Pero no, su ilusión era la velocidad, y la desarrolló sobre
prótesis, también entre los mejores corredores sin impedimento alguno.
Tal ímpetu ha sido absurdamente truncado. “Ese
inválido tenía una obsesa predilección por las armas de fuego” … se lee ahora
en toda la red. Justo las coletillas que le cuelgan, semejantes a adornos
florales, son las que estimulan el fisgoneo. Y entonces te preguntas ¿quiénes
tienen la tara? ¿Cuántos gozan de pedigrí? Cierto que ya lo juzgaron por
asesinato, pero no queda claro si accionó el gatillo por error o venganza. O
una mezcla de ambos; quién sabe.
Desprovisto de talento para la pintura, Hitler se
dedicó a plagiar estampillas postales. Tal vez por eso y otros aditivos, como el
apellido de su abuela, Schickgruber, evidentemente de origen judío,
contribuyeron a lo que conocemos al dedillo: su ley de elección. Si damos
crédito a esta versión de la herencia, y no apelásemos a la duda, del mismo
modo que los detractores de Lamarck en su tiempo, el Führer hubiera sido un
buen zapatero, como su padre, oficio que aprendió de niño y ejerció hasta su
impávida mocedad. Conjeturar no mata. Así que imaginémoslo entre piececitos,
alcanzándoles gustosamente el calzador a las menudas damas de Braunau am Inn.
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