19 de septiembre de 2014

Anne Carson

























Entonces 3

Piensa en Jane Wells. El papel que tiene en la mano es una carta de Rebecca West, la amante de su esposo. Su esposo, H. G. Wells, socialista del sexo, quería que sus mujeres se aceptaran/las unas a las otras. Había muchas de tales mujeres. Jane estaba al tanto de/sus idas y venidas, a veces las invitaba a tomar té, les enviaba telegramas de felicitación cuando daban a luz a los hijos bastardos de H. G., y recibía sus notas de solidaridad al enfermarse. “Qué indispuesta ha estado usted… Cómo lo siento… Me alegra que…”, le escribió Rebecca West. Me pregunto por cuánto tiempo estuvo Jane Wells estudiando esta carta antes de tomar el lápiz y añadirle algunos subrayados apenas visibles y signos de exclamación que la volvieron un/documento distinto. Me pregunto también por qué lo hizo. Es muy poco probable que esperara que otra persona alguna vez leyera aquella hoja. Pero hubo consideraciones de privacidad y precisión que la movieron a pulirla en cierta forma, a dejar registro de su estado de ánimo, a balbucir en el papel la falsedad de las frases
de aquella otra mujer.

“La Franqueza—mi Guía—es el único ardid”, escribió Emily Dickinson. (Carta a T. W. Higginson, febrero de 1876.)






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