Ricardo Piglia
Manuel Puig y la magia del relato
La educación sentimental. El gran
tema de Puig es el bovarismo. El modo en que la cultura de masas educa los
sentimientos. El cine, el folletín, el radioteatro, la novela rosa, el
psicoanálisis: esa trama de emociones extremas, de identidades ambiguas, de enigmas
y secretos dramáticos, de relaciones de parentesco exasperadas sirve de molde a
la experiencia y define los objetos de deseo. Puig ha sabido aprovechar las
formas narrativas implícitas en ese saber estereotipado y difuso.
Modos de narrar. Puig ha sabido
encontrar técnicas narrativas en zonas tradicionalmente ajenas a la literatura:
las revistas de modas, la confesión religiosa, las necrológicas se convierten
en modos de narrar que permiten renovar Las formas de la novela. Al mismo
tiempo manejó siempre los procedimientos más intensos del relato (el suspenso,
el escamoteo de las identidades, las revelaciones sorpresivas, las omisiones y
las implicancias oblicuas, el desenlace sorpresivo y brutal) e hizo ver que el
interés narrativo no es contradictorio con las técnicas experimentales. El
collage, la mezcla, la combinación de voces y de registros que rompen con los
estereotipos de la novela tradicional se convierten también en un elemento
clave del suspenso narrativo.
Después de la vanguardia. Puig fue
más allá de la vanguardia; demostró que la renovación técnica y la
experimentación no son contradictorias con las formas populares. Comprendió de
entrada qué era lo importante en Joyce. "Yo lo que tomé conscientemente de
Joyce es esto: hojeé un poco Ulises y vi que era un libro compuesto con
técnicas diferentes. Basta. Eso me gustó." Por supuesto, ésa es toda la
lección de Joyce, multiplicidad de técnicas y de voces, ruptura del orden
lineal, atomización del narrador. Un escritor no tiene estilo personal. Escribe
en todos los estilos, trabaja todos los registros y los tonos de la lengua.
La verdad y la ficción. En sus
cuatro novelas siguientes la voluntad documental e hiperrealista de Puig se
resuelve con una innovación técnica que lo coloca en la mejor dirección
experimental de la narrativa contemporánea. Puig comienza a usar el grabador y
la transcripción de una voz y de una historia verdadera a la que somete a un
complejo proceso de ficcionalización. Valentín Arregui en El beso de la mujer araña; Pozzi en Pubis angelical; Larry en Maldición
eterna a quien lea estas páginas. Son personajes y vidas reales a las que
Puig contrapone una voz ficcional que dialoga y las enfrenta: Molina, el preso
homosexual en El beso; Ana, la
muchacha que se muere de cáncer en Pubis;
el viejo enfermo y paralítico en Maldición.
Ese contraste (exasperado hasta el límite en la magnífica Maldición eterna, la mejor novela de Puig desde La traición) crea
un extraño desplazamiento: Puig ficcionaliza lo testimonial y borra sus huellas.
Un crimen. El crimen que se narra
en Boquitas pintadas condensa bien el
mundo narrativo de Puig. En esa muerte y en el desplazamiento de las culpas se
tejen, más nítidamente que en toda la novela, las relaciones jerárquicas que
sustentan la intriga y los elementos melodramáticos que acompañan un mundo de
rígidas diferencias sociales. La malvada de buena familia, la sirvienta
engañada, el cabecita negra, la niña bien, la madre soltera, el policía
ambicioso: las figuras del folletín están en primer plano, aunque el crimen no
ocupe el centro de la novela. Se ve por otro lado allí un aspecto de Boquitas que a menudo ha estado
disimulado por la lectura "paródica" del texto: las relaciones de
violencia y engaño que definen la trama social y que Puig ha ido poniendo cada
vez más en la superficie de su mundo narrativo.
Fragmento del libro La Argentina en pedazos de Ricardo
Piglia, 1993 Ediciones La Urraca
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