27 de septiembre de 2007

Luis Eligio Perez













Ciudad Habana, 1972. Poeta. Integrante del Grupo experimental "Zona Franca". Ha publicado en revistas Cubanas y extranjeras.






Bajo tea

Dos palabras de más
y hago de su cara un parche.

Unos obran así, otros no,
absolutizan.

El color está en la mente,
la sangre lo imita oscura.
La naturaleza da el baño en oro,
no puede en la mente.
Yo bajé por el camino del solar
y subí entre gritos y tijeras,
creyendo: sólo de un lado
se es sabio,
del otro se admira la sabiduría.
admire, no hable.
Dos palabras de más
y bajo tea,
hago un parche de su cara;
la suerte:
servir la mesa,
esperar a media luz
abierto el camino de los hijos.
Abierto:
primero mi placer,
a lo mejor el suyo.
Pídalo. Pero mida las palabras,
dos de más
y bajo tea.


***



Convenio trascendental

Tú esperas que un hombre
haga la cirugía a
tu vida-
yo espero que una mujer.
Estamos a ras.
Arreglas el cuerpo.
Yo mantengo el sentido
y el don.
Conoces todas las filosofías,
las humanidades,
armas que cambias por
una noche.
Quischá tuto se te dé.
Quischá tuto se me dé.

Ernesto García Alfonso










Ciudad de la Habana, 1974. Poeta. Obtuvo mención en el concurso de poesía Luis Rogelio Nogueras en el 2002.




DEL LIBRO INÉDITO:



UN TERCERO







andamios

maniquíes

orejas de burro



¿deudas con la imaginación?

el arte no repite realidades.










a Rito Ramón Aroche




cuasi-coexistir o su mano de raza legaliza el centro de la huella allí donde la magia

soledad infiel en la memoria

sé de la semilla en el ojo del pájaro pero nunca tuve gato con escamas

la infinidad del borde expansivo una isla para de-mostrar un cuerpo de resina

nunca pude despuntar fornicaciones

torceduras restos oníricos…si los andamios son costillas

el collage atrapa el chirriar de la puerta siguiente.

Maria Negroni









Argentina (1951). Poeta y ensayista. Profesora en Sarah Lawrence College de Nueva York.


CARTA A SÈVRES

You are forced to be a good loser,
everything has run past you and away from you

Arthur Lundkvist

"...Ahora que llueve, que irrumpen las voces de la noche, el vientre de la noche, la inspiración azul. Que todo se derrumba al fondo de sí mismo, los héroes huyen, el silencio brama, lo cerrado es abierto, la parte el todo, lo ambiguo ambiguo. Que me pierdo en ciudades que aún no he sido, azorada de lo que existe sin ninguna razón, sin reclamar un sentido, y es vasto y múltiple y vacío como un poema que le habla a Dios. Que estas líneas al filo de mi cuerpo consuman por fin lo inexistente y su alegría, este elusivo interregno que soy, ese jardín ilegible donde la dama deshonesta escribe en su rincón de sombras. Y todo sucede tan lento, el temor y la tensión, ese futuro perdido como una pena, el deseo que hace tanto es una enfermedad, todo ocurre como si lo hubiera traido un visitante, una parte de mi más grande que yo, la que tiene un sueño incumplido pero la idea se le escapa, como una promesa. Y está bien así, todo debe aprender a perder, a volver al reino de lo desconocido incluso el amor más durable, el que se ignora a si mismo. Ahora que los cantos no importan, o importan en la medida en que fracasan (pues la belleza se revela -sólo- en aquello que se quiebra), que me he quedado sola, sola en la casa ciega, yo, la novia sensual de la penumbra, y alguien susurra a mi oido el arte de limpiar el jardín..."

25 de septiembre de 2007

Una aproximación a la poesía a partir de la evolución y peculiaridades de su concepto














Por: Caridad Atencio

Algunos años después de consagrarme a la lectura y al cultivo de la poesía hube de darme cuenta que estudiando los conceptos e ideas que sobre ella sus grandes cultivadores o estudiosos habían discernido se podía agrandar mi personal visión del mundo, y por consiguiente, la visión del mundo de cada quien, se podía esclarecer qué nos proponemos al asumirla, se podía afianzar el camino de quien se enrumba por el campo de las letras, sin distinción de género, e iba surgiendo así una especie de incesante poema sobre la naturaleza, tanto la humana como la física. En tal sentido comencé a atesorarlos en mis libretas de trabajo, y a reflexionar yo también personalmente sobre el llamado género rey de la literatura. A veces pensaba sobre la poesía como tal o sobre el poeta, que es una de sus más socorridas extensiones. Pensaba así: “El poeta es un inadaptado que escribe. Un extremista mesurado. La aparente mesura es el límite de la obsesión gráfica”.
Un ser humano que yerra, pero con ángulos de pureza que convierten lo que sale de su mano en “candor de esencia y música”. Aludía sin querer al rigor conceptual e imaginal que acompaña a todo texto poético más allá del afán de decir o ese afán de absolutos que, sin límite en todos los poetas románticos, existe en cada poeta. Percibía muy pronto la íntima relación entre grandes conceptos de pensamiento y la poesía propiamente, por ejemplo con la noción de saber esbozada por el poeta francés Henri Michaux quien lo considera una inmensificante iluminación donde todo con todo entra en resonancia contemplado. Así la poesía, que puede conectar lo grande a lo pequeño, lo sublime a lo grotesco, etc., por un procedimiento que le es tan propio como la analogía u otros importantes recursos de preceptiva literaria como pueden ser la metáfora, el símil o la sinestesia, por sólo mencionar algunos de los más empleados. Recordando siempre, como dice Leopardi, que “todo sentimiento o pensamiento poético cualquiera es, de algún modo, sublime. Lo poético no se da sin lo sublime.” Percibía que poesía era decir, significar, pero de la manera más insospechada, y que ella como las otras artes podría parecer a muchos un sinsentido. También tiende a pensarse que el poeta es una especie de elegido de Dios que trasmite secretos. Yo lo veo más bien como un humano imperfecto y sensible que tiene la capacidad de juzgar.
Como todos los artistas “es un experto en un campo que él delimita para sí mismo. Es un campo en el que se mezclan objetividad, irracionalidad y subjetividad […] en realidad es una celebración de la vida, en eso está su personal aportación”. El giro, el trenzar de mi propio pensamiento se volvía más intenso, más sutil, a medida que eran más arduas mis lecturas.
Por todo eso y por mucho más Coleridge afiliaba la poesía en último extremo al conocimiento. Para él ella era el aliento y el más fino espíritu de todo conocimiento, la expresión apasionada que está en el rostro de toda ciencia. Generalmente las personas que terminan escribiendo poesía han tenido vidas azarosas, desesperadas. Como dijo alguien notable, han visto demasiado antes de tiempo, y según Clarice Linspector haber visto es irrevocable. Han recibido en ráfaga una serie de vivencias que debido a su edad física o espiritual no han tenido la capacidad de asimilar, como un peso que se incorpora por gravedad y pacíficamente a lo vivido, por eso también poesía es lo que dice Emir Cioran del acto de escribir: “replicar tardíamente o diferir la agresión: yo escribo para no pasar al acto, para evitar una crisis. La expresión es alivio, venganza indirecta de quien no pudiendo digerir una afrenta se rebela en palabras contra sus semejantes y contra sí mismo. La indignación es menos un estado moral que un estado literario, es incluso el resorte de la inspiración”. Aquí está dicho, quizá por esto comencé un poema diciendo “Vivir de indignación, así han querido moldearme las entrañas”. Cioran alude quizá al hecho de ser el artista, en este caso el poeta, conciencia crítica de su sociedad, cantor de la vida, de lo brutal y lo mítico. Por eso poesía es también la limitación convertida en penetración, acercando a este concepto – universo una frase de Novalis. No queda duda de que, como bien ha afirmado Cintio Vitier, la vocación poética encubre un destino irrevocablemente sombrío, una absoluta necesidad orgánica de testificar los frutos más significativos de la tristeza y la desesperanza.

Su inconmensurabilidad, distancia, misterio y su condición de terreno de toda posibilidad queda puesto a prueba en la definición del prestigioso escritor francés Roland Barthes:”la Poesía es para nosotros el significante de lo <>, de lo <>, de lo <>, es la clasificación de las impresiones inclasificables”. O en la de Wallace Stevens quien la considera una búsqueda de lo inexplicable, y lo que es lo mismo pero con otras palabras:”un faisán desapareciendo entre los arbustos”. José Gorostiza, el interesante poeta mexicano se lanza a definirla abrazando sus temas: ”es una investigación de ciertas esencias – el amor, la vida, la muerte, Dios – que se produce en un esfuerzo por quebrantar el lenguaje de tal manera que, haciéndolo más transparente, se pueda ver a través de él dentro de esas esencias”. Una forma veloz, un curso acompasado y deslumbrante es lo que percibimos en la definición de Nietzsche quien la llama “flecha lenta de la belleza”. Y qué pensaríamos al meditar sobre lo que dice Juan Ramón Jiménez de que la poesía no es filosofía sino metafísica? Pues toda poesía como concepción del mundo que es y que se manifiesta tiene de filosofía, pero sus esencias apuntan hacia ese más allá. Pero que si se analiza bien se le descubre su innegable cambio de curso o dialéctica intrínseca, pues es considerada nada menos que por Blanchot como”principio inexorable de movimiento, habla creadora que forma su objeto, desgarramiento de la conciencia que tiende a su centro destruyéndose, excluye todo acuerdo previo con una forma espiritual ya expresada, y sólo puede confundirse con ella reencontrándola como invención propia.” El afirma que la poesía no es necesariamente herética en su expresión, pero lo es siempre en sus orígenes, diría yo que en sus propósitos, pues “no sale más que de sí misma”.
Por eso poesía no es sólo emoción, es también instante e inspiración, rapto, pues, como afirma Martí “lo que se deja para después es perdido en poesía, puesto que en lo poético no es el entendimiento lo principal, ni la memoria, sino cierto estado de espíritu confuso y tempestuoso, en que la mente funciona de mero auxiliar, poniendo y quitando, hasta que quepa en música lo que viene fuera de ella”. Entonces no importa la elaboración de la frase, su complejidad pues “si la emoción es suficientemente intensa, las palabras no son ambiguas”. No en balde Stétie la ha llamado la línea de cresta del espíritu. La poesía también es vinculada con lo que se aleja de lo evidente, en tal sentido Juan Liscano la concibe como la facultad de ver y arreglar el mundo y a uno mismo, de otro modo que como la banalidad, el economicismo, la egolatría política, la alineación ideológica y la tecnología al servicio del consumismo. La visión singular del mundo se coloca por encima de todas las cosas y a la vez irradia a todas las cosas. Es el lado B de las cosas, como diría Haroldo de Campos, el menos socorrido. Si no comparemos todo ese largo proceso mediante el cual la poesía fue llegando a nosotros como un lenguaje codificado inaccesible, hizo gala de todos los conflictos para manifestarse hasta que se convirtió en parte de nuestro ser. Seamos Heaney, el excelente poeta irlandés bien nos explica que” la naturaleza de la realidad poética es doble: descubierta primero como un hecho extraño de la cultura, la poesía se interioriza a lo largo de los años hasta convertirse, por así decir, en una segunda naturaleza. La poesía, que al principio estaba fuera de nuestro alcance, generando la necesidad de comprender y someter su extrañeza, se convierte finalmente en un camino familiar dentro de nosotros, en una corriente que la imaginación remonta gustosamente hacia un origen”.
En ese deslizar deslumbrante que guarda este concepto, pienso que puede ser también montarse en el coraje de los seres y las cosas. O deleitar, que es según Leopardi el oficio natural de la poesía, pues los sentimientos poéticos engrandecen el concepto y nos dejan más satisfechos de nosotros mismos. ¿Por qué Todorov habla de la intransitividad de las imágenes poéticas? Porque ellas no necesitan de lo otro, son un símbolo en si mismas, son semillas, esencias de sentido. Por tanto el poema es, como dice Paul Valery, “precisamente aquello que no se puede resumir. No se resume una melodía”, ni aquello que es esencial.
Quisiera ahora detenerme en un sutil concepto sobre el género esbozado por este poeta francés. En “Nueve notas sobre poesía” afirma:”en general podría decir que la poesía consiste en la combinación de una formalidad arbitraria – ficticia con un sentido arbitrario – ficticio”. La aparente aridez del concepto desaparece cuando comprendemos que es un hecho no sujeto a ley donde opera el poder del azar. Algunos autores afirman que”la poesía es más refinada que la prosa porque con las mismas palabras nos puede entregar una verdad más concreta, y quizá también porque “la poesía se lee con los propios nervios”. La metáfora, que es su procedimiento principal, es a la vez la sustancia de la naturaleza y del lenguaje. 
El poeta selecciona, para yuxtaponerlas, aquellas palabras cuyas resonancias o matices se funden en una delicada y lúcida armonía [...] la armonía más refinada se basa en el delicado equilibrio de las resonancias.
Profundizando en la doble naturaleza del género llegamos a la definición de Ezra Pound quien nos dice que la poesía es un centauro. “La facultad pensante que dispone las palabras y clarifica debe moverse y saltar con las facultades vigorizadoras, perceptivas y musicales. Justo la dificultad que significa esa existencia anfibia mantiene escaso el censo de poetas buenos”. Según este escritor lo que a la larga hace al poeta es la persistencia de la naturaleza emocional y una suerte de control peculiar. También prefiero otras definiciones más corpóreas y más sesgadas al deseo como aquella de Rosmarie Waldrop que reza que la poesía es “esta misteriosa interacción de lo privado y lo público” y “cosas en la que creo o me gustaría creer”, y el aparente juego de palabras que ella también expone:
Shelley:”Los poetas son los legisladores desconocidos del mundo”.
Oppen: “Los poetas son los legisladores del mundo desconocido”.
A estas alturas siento que hay definiciones de poesía como poemas hay y ha de haber. Esa inquietante aproximación al límite o insistente acumulación en pos de él, no su destrucción, es la que alienta mi psiquis y otras tantas, haciendo del camino un universo.

José María Heredia











Santiago de Cuba,1803 - Mexico, 1839. Poeta cubano de renombre universal.Su Niágara lo eleva al rango de los primeros clásicos. Sus versos se han reproducido en diversos idiomas.







Placeres de la melancolía



VII


A ti me acojo, fiel Melancolía.
Alivia mi penar; a ti consagro
el resto de mi vida miserable.
Siempre eres bella , interesante, amable;
ya nos remueves los pasados días,
ya tristemente plácida sonrías
en la pálida frente de una hermosa,
cuando la enfermedad feroz anuble
su edad primaveral. Benigna diosa,
tu bálsamo de paz y de consuelo
vierte a mi alma abatida,
hasta que vaya a descansar al cielo
de este delirio que se llama vida.

24 de septiembre de 2007

Reinaldo Garcia Blanco









Cuba. Sancti Spíritus (1962) Premio La Gaceta de Cuba en el 2000.
Autor de los siguientes poemarios, Abaixar las velas(1994),Reverso de foto y dossier (2000) y País de hojaldre(2004).







VASECTOMÍA



Chass. Comienza el no continuar. Algo avanza pero las palabras se desparraman por los bordes. Todo sin efecto. Lacaniano. Es decir: rota la cadena de significantes. Sólo quedan espejos. Pero ahí todo es al revés. Como jeroglíficos. Hará falta otro espejo. Demasiado complicado. Chass. Sin dolor. Sin aspaviento. Algo de eunuco. Algo de címbalo callado. Sílabas truncas van dando un cuerpo pero sobrevive un anorexia un no respirar un creer en lo que sucede. Pura marginalia. Sin amparo filial ya las palabras no quieren obedecer. Se limitan. Se atrofian unas a otras. No se hacen historia. El muérdago se convierte en apócope de muerte. Pero en realidad todo sucede como si no hubiera muerte. Todo sucede igual y no. Chass.








RES NON VERBA




Ellos
mis amigos
están enseñando las fotos de sus hijos
y yo me hago el que nada sabe
y miro afuera
en lontananza
con algo de cíclope en la neblina

Ellos
mis amigos
no saben no saben no saben
que yo quisiera dividir en cinco mi sueldo.

21 de septiembre de 2007

Delfin Prats






Holguín (1945) Graduado de Lengua y Literatura Rusa en la antigua URSS.Ha publicado, entre otros, los siguientes poemarios:Lenguaje de mudos (1970), Para festejar el ascenso de Ícaro (1987),Abrirse las constelaciones (1994), El esplendor y el caos (2002).Ganador del Premio David que otorga la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.Es uno de los mejores poetas de su generación.









NO VUELVAS A LOS LUGARES DONDE FUISTE FELIZ




No vuelvas a los lugares donde fuiste feliz.
Ese mar de las arenas negras
donde sus ojos se abrieron al asombro
fue sólo una invención de tu nostalgia.

Extraviado en medio de la noche
no puedes recordar;
has perdido los senderos del sueño
y despiertas buscándola en el ocio
y el juego de los soldados y su lengua,
extraña a tus oídos, había sido para ella
un descubrimiento en este día hecho
para crecer en la memoria de ambos
como las montañas que entonces los rodearon.



Di adiós a los paisajes donde fuiste feliz.
Vive la plenitud de la soledad
en el primer instante
en que asumes la separación,
como si ya su estatua
en ti elevada por el amor,
para la eternidad fuera esculpida
contra el cielo de aquella isla,
contra sus ojos, más grandes
y más pavorosos que el silencio.








PERO EN EL VIENTO SU RUMOR LLEGABA





Ámala, pero ámala
como si todo hubiese concluido y pasado,
como si desde el futuro más remoto
recordaras el vino de tus mejores años:
el verano de mil novecientos ochenta
el catorce de abril
cuando fue tuya
en un hotel cercano al mar
cuyas ventanas no daban al mar
pero en el viento su rumor llegaba
y ella venía a ti como una ola
muriendo a las orillas de tu cuerpo.

7 de septiembre de 2007

Hermann Hesse








Alemania,2 de julio de 1877-Montagnola,Tesino, Suiza,9 de agosto de 1962),fue un escritor,poeta,novelista y pintor suizo de origen alemán.Recibió el premio Nobel de literatura en 1946.Sus obras mas destacadas son,Peter Camenzind (1904),Demian (1919),Siddhart(1922),El lobo estepario(1927),Narciso y Goldmund (1930),El juego de abalorios( -o- Magister Ludi)1943.







(Fragmentos de"La Ruta Interior")






KLINGSOR ESCRIBE A LUIS EL CRUEL



¡Caro Luigi!
Hace mucho que no se o ye tu voz. ¿Vives todavía bajo la luz del sol? ¿O acaso un buitre roe ya tu esqueleto?
¿Nunca hurgaste con tu aguja de tejer en un reloj de pared? yo lo hice, y ocurrió que el diablo se apoderó del mecanismo y la cuerda se descargó ruidosamente; las manecillas se perseguían en veloz carrera en torno a la esfera, girando vertiginosamente con un ruido inquietante, un verdadero “prestissimo’t, hasta que todo acabó bruscamente y el reloj dejó de vivir. Lo mismo sucede aquí en Castagnetta: el sol y la luna corren afanosos por el cielo como corredores de Amok; los días se persiguen, el tiempo se escurre como la arena de una bolsa rota. Ojalá también el fin sea violento y este mundo ebrio se hunda del todo, en lugar de volver a su ritmo burgués.
Durante el día esto y demasiado ocupado, como para poder pensar en algo. ¡Qué ridículo y artificial resulta una frase como ésta cuando se la pronuncia en voz alta! Pero de noche añora a menudo tu presencia. En general esto y sentado en el bosque en una de las numerosas cantinas bebiendo el acostumbrado vino tinto que raras veces es bueno, pero ayuda, sin embargo, a soportar la vida y conciliar el sueño. Más de una vez me he dormido sentado junto a una mesa en el “Grotto”, demostrando ante las sonrisas de los lugareños que mi neurastenia no es tan insoportable. A veces ha y amigos y chicas y se pueden ejercitar los dedos en la plastilina de los miembros femeninos, mientras se habla de sombreros, zapatos y arte. Aveces la alegría y el buen humor desbordan y entonces gritamos y reímos toda la noche, y la gente se regocija de que Klingsor sea un compañero tan alegre. Ha y una mujer muy linda que pregunta muy interesada por ti, cada vez que la encuentro.
Nuestro arte, depende aún demasiado del objeto -como diría un profesor-; es un buen jeroglífico, en cierto sentido. Aún cuando libremente y en modo bastante desconcertante para el burgués, todavía pintamos los objetos de la
“realidad”: hombres, árboles, ferias, trenes, paisajes. En eso nos sujetamos todavía a una convención. El “burgués” llama reales los objetos que todos o casi todos perciben en forma similar. Es mi intención, apenas ha ya pasado este verano, pintar durante un tiempo solamente fantasías, especialmente sueños. Me atendré en parte a tu gusto; habrá cosas muy divertidas y sorprendentes, algo así como en los cuentos de Collofino, el cazador de
liebres de la catedral de Colonia. Aunque siento que el suelo oscila un poco bajo mis pies y aún cuando, en general, no ansío continuar actuando, ni vivir muchos años más, de todos modos quisiera arrojar todavía unos cuantos cohetes ardientes en las fauces de este mundo. Hace poco me escribía admirado un coleccionista, que advertía en mis últimos trabajos una segunda juventud. Ha y algo de cierto en esta afirmación. Me parece que sólo este año he comenzado a pintar de veras. Sin embargo se trata más de una explosión que de una primavera. Es asombroso cuánta dinamita existe todavía en mí; pero la dinamita no se deja quemar económicamente en el bracero.
Querido Luis: cuántas veces me alegré para mis adentros de que nosotros dos, viejos libertinos, seamos en el fondo tan recatados que prefiramos tirarnos a las copas a la cabeza antes de descubrir nuevos sentimientos. ¡Mejor así, viejo amigo!
En estos días hemos celebrado a medianoche una fiesta con pan y vino en el “Grotto” de Barengo; nuestro canto y las antiguas canciones romanas resonaban magníficas en el alto bosque. Es tan poco lo que se necesita para ser feliz cuando la edad avanza y se empieza a sentir frío en los pies; ocho a diez horas de trabajo por día; un litro de piamontés; media libra de pan; un Virginia; un par de amigas y, naturalmente, calor y buen tiempo. Este no falta, el sol funciona soberbiamente, mi cráneo está tostado como el de una
momia.
Por momentos tengo la impresión de que mi vida y mi trabajo comenzarán desde ahora; otras veces, en cambio, me parece que he trabajado pesadamente por más de ochenta años y que ya tengo derecho al reposo y a la paz. Todos llegamos al fin, querido Luis, yo y tú también. ¡Oh, Dios!, las cosas que escribo; es visible que no me siento bien. No es más que hipocondría, me duelen mucho los ojos y a veces me persigue el recuerdo de una disertación sobre el desprendimiento de la retina, que leí hace años.
Cuando miro hacia abajo desde mi balcón que tú conoces, comprendo que tenemos que trabajar mucho todavía. El mundo es indeciblemente hermoso y variado; de noche y de día me llama por esa puerta verde, gritando y exigiendo, y yo corro siempre afuera y le arranco un trozo, pero sólo un minúsculo trozo. El seco verano transformó este valle tan verde en una maravillosa región rala y rojiza; nunca hubiera creído que volvería a usar el
rojo inglés y el Siena. Luego me esperan el otoño, los campos de rastrojóla vendimia, la cosecha del maíz, los bosques rojizos. Viviré todavía todo esto, día tras día, y pintaré unos cien estudios. Pero luego, lo presiento, emprenderé el camino de la ruta interior y pintaré de nuevo, como lo hice por un tiempo, cuando era joven, de memoria y fantaseando; haré poesías y construiré castillos en el aire. También eso es necesario.
A un joven que le pedía consejos, un famoso pintor de París le contestó:
-Querido joven, si quiere ser pintor no olvide que ante todo ha y que comer bien. ¡En segundo lugar es muy importante una buena digestión, cuide que sus intestinos funcionen bien! y tercero: ¡tenga siempre una linda amiguita!
Podría creerse que ya aprendí estos principios del arte y que en eso nunca podría faltarme nada. ¡Pero este año, qué maldición! Ni siquiera en estas cosas tan sencillas me anda bien. Como poco y mal, a menudo sólo pan en todo el día y a veces mi estómago me causa molestias (te aseguro que no ha y nada más desagradable!). Tampoco tengo una verdadera amiguita sino cuatro o cinco mujeres y me siento igualmente agotado e insatisfecho. Ha y un desperfecto en el mecanismo y aunque funciona de nuevo desde que lo pinché con la aguja, corre sin embargo tan ligero como el mismo satanás y con un ruido ensordecedor. ¡Qué sencilla es la vida cuando se está sano! Nunca recibiste de mí una carta tan larga, salvo quizás en la época en que discutíamos sobre los colores. Ahora voy a terminar, ya son casi las cinco y empieza a alborear. Saludos de tu Klingsor.
Posdata:
Recuerdo que te gustaba mucho un pequeño cuadro mío, el de acento más chino, con la choza, el camino rojo, los árboles dentados en verde veronés y en el fondo la lejana dudad pequeña como un juguete. No te lo puedo enviar y tampoco sabría donde estás. Pero te pertenece, te lo oigo por cualquier eventualidad

6 de septiembre de 2007

Julia Cabalé

(Ver entradas anteriores)


















El GRITO




Olor de la carne bajo tierra. Olor natural de los elementos.
Realidad nos desorientas, de alguna manera nos rescribes.

El grito define a la especie, un clan, lo nómada del bosque.
Sin frontera tierra mía. Universal es la mirada









DE LO INCAMBIABLE



1





De raíz todo se convoca.
Las cosas son así
un golpe seco.

No importa el ruego.
No importa quién.

2
El instante de
hice esto o aquello,
pude hacerlo
se desvanece.
Existe una realidad
que nos traspasa
y seguirá de largo
para traspasar a otros.

Edgar Allan Poe








Boston 1809-1849.Algunas de sus obras más importantes son : El gato negro, Eureka, La caída de la casa de Usher, "El Cuervo", El retrato Oval y La máscara de la muerte roja. Después de varios cuentos en prosa como los de "Historias extraordinarias" y algunos artículos críticos obtuvo una considerable reputación literaria que llegó a la cumbre en 1845 con el libro "El cuervo".






El Entierro Prematuro




Hay ciertos temas de interés absorbente, pero demasiado horribles para ser objeto de una obra de mera ficción. Los simples novelistas deben evitarlos si no quieren ofender o desagradar. Sólo se tratan con
propiedad cuando lo grave y majestuoso de la verdad los santifican y sostienen. Nos estremecemos, por ejemplo, con el más intenso “dolor agradable” ante los relatos del paso del Beresina, del terremoto de
Lisboa, de la peste de Londres y de la matanza de San Bartolomé o de la muerte por asfixia de los ciento veintitrés prisioneros en el Agujero Negro de Calcuta. Pero en estos relatos lo excitante es el hecho, la
realidad, la historia. Como ficciones, nos parecerían sencillamente abominables.
He mencionado algunas de las más destacadas y augustas calamidades que registra la historia, pero en ellas el alcance, no menos que el carácter de la calamidad, es lo que impresiona tan vivamente la imaginación. No necesito recordar al lector que, del largo y horrible catálogo de miserias humanas, podría haber escogido muchos ejemplos individuales más llenos de sufrimiento esencial que cualquiera de esos inmensos desastres generales. La verdadera desdicha, la aflicción última, en realidad es particular, no difusa. ¡Demos gracias a Dios misericordioso que los horrorosos extremos de agonía los sufra el hombre individualmente y nunca en masa!
Ser enterrado vivo es, sin ningún género de duda, el más terrorífico extremo que jamás haya caído en suerte a un simple mortal. Que le ha caído en suerte con frecuencia, con mucha frecuencia, nadie con capacidad de juicio lo negará. Los límites que separan la vida de la muerte son, en el mejor de los casos, borrosos e indefmidos... ¿Quién podría decir dónde termina uno y dónde empieza el otro? Sabemos que hay enfermedades en las que se produce un cese total de las funciones aparentes de la vida, y, sin embargo, ese cese no es más que una suspensión, para llamarle por su nombre. Hay sólo pausas temporales en el incomprensible mecanismo. Transcurrido cierto período, algún misterioso principio oculto pone de nuevo en movimiento los mágicos piñones y las medas fantásticas. La cuerda de plata no quedó suelta para siempre, ni irreparablemente roto el vaso de oro. Pero, entretanto, ¿dónde estaba el alma?
Sin embargo, aparte de la inevitable conclusión a priori de que tales causas deben producir tales efectos, de que los bien conocidos casos de vida en suspenso, una y otra vez, provocan inevitablemente entierros prematuros, aparte de esta consideración, tenemos el testimonio directo de la experiencia médica y del vulgo que prueba que en realidad tienen lugar un gran número de estos entierros. Yo podría referir ahora mismo, si friera necesario, cien ejemplos bien probados. Uno de características muy asombrosas, y cuyas circunstancias igual quedan aún vivas en la memoria de algunos de mis lectores, ocurrió no hace mucho en la vecina ciudad de Baltimore, donde causó una conmoción penosa, intensa y muy extendida. La esposa de uno de los más respetables ciudadanos- abogado eminente y miembro del Congreso- fue atacada por una repentina e inexplicable enfermedad, que burló el ingenio de los médicos. Después de padecer mucho murió, o se supone que murió. Nadie sospechó, y en realidad no había motivos para hacerlo, de que no estaba verdaderamente muerta. Presentaba todas las apariencias comunes de la muerte. El rostro tenía el habitual contorno contraído y sumido. Los labios mostraban la habitual palidez marmórea. Los ojos no tenían brillo. Faltaba el calor. Cesaron las pulsaciones. Durante tres días el cuerpo estuvo sin enterrar, y en ese tiempo adquirió una rigidez pétrea. Resumiendo, se adelantó el funeral por el rápido avance de lo que se supuso era descomposición.
La dama fue depositada en la cripta familiar, que permaneció cerrada durante los tres años siguientes. Al expirar ese plazo se abrió para recibir un sarcófago, pero, ¡ay, qué terrible choque esperaba al marido cuando abrió personalmente la puerta! Al empujar los portones, un objeto vestido de blanco cayó rechinando en sus brazos. Era el esqueleto de su mujer con la mortaja puesta.
Una cuidadosa investigación mostró la evidencia de que había revivido a los dos días de ser sepultada, que sus luchas dentro del ataúd habían provocado la caída de éste desde una repisa o nicho al suelo, y al
romperse el féretro pudo salir de él. Apareció vacía una lámpara que accidentalmente se había dejado llena de aceite, dentro de la tumba; puede, no obstante, haberse consumido por evaporación. En los peldaños superiores de la escalera que descendía a la espantosa cripta había un trozo del ataúd, con el cual, al parecer, la mujer había intentado llamar la atención golpeando la puerta de hierro. Mientras hacía esto, probablemente se desmayó o quizás murió de puro terror, y al caer, la mortaja se enredó en alguna pieza de hierro que sobresalía hacia dentro. Allí quedó y así se pudrió, erguida.
En el año 1810 tuvo lugar en Francia un caso de inhumación prematura, en circunstancias que contribuyen mucho a justificar la afirmación de que la verdad es más extraña que la ficción. La heroína de la historia era mademoiselle [señorita] Victorine Lafourcade, una joven de ilustre familia, rica y muy guapa. Entre sus numerosos pretendientes se contaba Julien Bossuet, un pobre littérateur [literato] o periodista de París. Su talento y su amabilidad habían despertado la atención de la heredera, que, al parecer, se había enamorado realmente de él, pero el orgullo de casta la llevó por fm a rechazarlo y a casarse con un tal Monsieur [señor] Rénelle, banquero y diplomático de cierto renombre. Después del matrimonio, sin embargo, este caballero descuidó a su mujer y quizá llegó a pegarla. Después de pasar unos años desdichados ella murió; al menos su estado se parecía tanto al de la muerte que engañó a todos quienes la vieron. Fue enterrada, no en una cripta, sino en una tumba común, en su aldea natal. Desesperado y aún inflamado por el recuerdo de su cariño profundo, el enamorado viajó de la capital a la lejana provincia donde se encontraba la aldea, con el romántico propósito de desenterrar el cadáver y apoderarse de sus preciosos cabellos. Llegó a la tumba. A medianoche desenterró el ataúd, lo abrió y, cuando iba a cortar los cabellos, se detuvo ante los ojos de la amada, que se abrieron. La dama había sido enterrada viva. Las pulsaciones vitales no habían desaparecido del todo, y las caricias de su amado la despertaron de aquel letargo que equivocadamente había sido confundido con la muerte. Desesperado, el joven la llevó a su alojamiento en la aldea. Empleó unos poderosos reconstituyentes aconsejados por sus no pocos conocimientos médicos. En resumen, ella revivió. Reconoció a su salvador. Permaneció con él hasta que lenta y gradualmente recobró la salud. Su corazón no era tan duro, y esta última lección de amor bastó para ablandarlo. Lo entregó a Bossuet. No volvió junto a su marido, sino que, ocultando su resurrección, huyó con su amante a América. Veinte años después, los dos regresaron a Francia, convencidos de que el paso del tiempo había cambiado tanto la apariencia de la dama, que sus amigos no podrían reconocerla. Pero se equivocaron, pues al primer encuentro monsieur Rénelle reconoció a su mujer y la reclamó. Ella rechazó la reclamación y el tribunal la apoyó, resolviendo que las extrañas circunstancias y el largo período transcurrido habían abolido, no sólo desde un punto de vista equitativo, sino legalmente la autoridad del marido.
La Revista de Cirugía de Leipzig, publicación de gran autoridad y mérito, que algún editor americano haría bien en traducir y publicar, relata en uno de los últimos números un acontecimiento muy penoso que presenta las mismas características.
Un oficial de artillería, hombre de gigantesca estatura y salud excelente, fue derribado por un caballo indomable y sufrió una contusión muy grave en la cabeza, que le dejó inconsciente. Tenía una ligera fractura de cráneo pero no se percibió un peligro inmediato. La trepanación se hizo con éxito. Se le aplicó una sangría y se adoptaron otros muchos remedios comunes. Pero cayó lentamente en un sopor cada vez más grave y por fm se le dio por muerto.
Hacía calor y lo enterraron con prisa indecorosa en uno de los cementerios públicos. Sus funerales tuvieron lugar un jueves. Al domingo siguiente, el parque del cementerio, como de costumbre, se llenó de visitantes, y alrededor del mediodía se produjo un gran revuelo, provocado por las palabras de un campesino que, habiéndose sentado en la tumba del oficial, había sentido removerse la tierra, como si alguien estuviera luchando abajo. Al principio nadie prestó demasiada atención a las palabras de este hombre, pero su evidente terror y la terca insistencia con que repetía su historia produjeron, al fm, su natural efecto en la muchedumbre. Algunos con rapidez consiguieron unas palas, y la tumba, vergonzosamente superficial, estuvo en pocos minutos tan abierta que dejó al descubierto la cabeza de su ocupante. Daba la impresión de que estaba muerto, pero aparecía casi sentado dentro del ataúd, cuya tapa, en furiosa lucha, había levantado parcialmente. Inmediatamente lo llevaron al hospital más cercano, donde se le declaró vivo, aunque en estado de asfixia. Después de unas horas volvió en sí, reconoció a algunas personas conocidas, y con frases inconexas relató sus agonías en la tumba.
Por lo que dijo, estaba claro que la víctima mantuvo la conciencia de vida durante más de una hora después de la inhumación, antes de perder los sentidos. Habían rellenado la tumba, sin percatarse, con una tierr a muy porosa, sin aplastar, y por eso le llegó un poco de aire. Oyó los pasos de la multitud sobre su cabeza y a su vez trató de hacerse oír. El tumulto en el parque del cementerio, dijo, fue lo que seguramente lo despertó de un profundo sueño, pero al despertarse se dio cuenta del espantoso horror de su situación.
Este paciente, según cuenta la historia, iba mejorando y parecía encaminado hacia un restablecimiento defmitivo, cuando cayó víctima de la charlatanería de los experimentos médicos. Se le aplicó la batería galvánica y expiró de pronto en uno de esos paroxismos estáticos que en ocasiones produce.
La mención de la batería galvánica, sin embargo, me trae a la memoria un caso bien conocido y muy extraordinario, en que su acción resultó ser la manera de devolver la vida a un joven abogado de Londres que estuvo enterrado dos días. Esto ocurrió en 1831, y entonces causó profrmnda impresión en todas partes, donde era tema de conversación.
El paciente, el señor Edward Stapleton, había muerto, aparentemente, de fiebre tifoidea acompañada de unos síntomas anómalos que despertaron la curiosidad de sus médicos. Después de su aparente fallecimiento, se pidió a sus amigos la autorización para un examen post-mortem (autopsia), pero éstos se negaron. Como sucede a menudo ante estas negativas, los médicos decidieron desenterrar el cuerpo y examinarlo a conciencia, en privado. Fácilmente llegaron a un arreglo con uno de los numerosos grupos de ladrones de cadáveres que abundan en Londres, y la tercera noche después del entierro el supuesto cadáver lime desenterrado de una tumba de ocho pies de profúndidad y depositado en el quirófano de un hospital privado.
Al practicársele una incisión de cierta longitud en el abdomen, el aspecto fresco e incorrupto del sujeto sugirió la idea de aplicar la batería. Hicieron sucesivos experimentos con los efectos acostumbrados, sin nada de particular en ningún sentido, salvo, en una o dos ocasiones, una apariencia de vida mayor de la norma en cierta acción convulsiva.
Era ya tarde. Iba a amanecer y se creyó oportuno, al fm, proceder inmediatamente a la disección. Pero uno de los estudiosos tenía un deseo especial de experimentar una teoría propia e insistió en aplicar la batería a uno de los músculos pectorales. Tras realizar una tosca incisión, se estableció apresuradamente un contacto; entonces el paciente, con un movimiento rápido pero nada convulsivo, se levantó de la mesa, caminó hacia el centro de la habitación, miró intranquilo a su alrededor unos instantes y entonces habló. Lo que dijo lime ininteligible, pero pronunció algunas palabras, y silabeaba claramente. Después de hablar, se cayó pesadamente al suelo.
Durante unos momentos todos se quedaron paralizados de espanto, pero la urgencia del caso pronto les devolvió la presencia de ánimo. Se vio que el señor Stapleton estaba vivo, aunque sin sentido. Después de administrarle éter volvió en sí y rápidamente recobró la salud, retomando a la sociedad de sus amigos, a quienes, sin embargo, se les ocultó toda noticia sobre la resurrección hasta que ya no se temía una recaída. Es de imaginar la maravilla de aquellos y su extasiado asombro.
El dato más espeluznante de este incidente, sin embargo, se encuentra en lo que afirmó el mismo señor Stapleton. Declaró que en ningún momento perdió todo el sentido, que de un modo borroso y confuso percibía todo lo que le estaba ocurriendo desde el instante en que fuera declarado muerto por los médicos hasta cuando cayó desmayado en el piso del hospital. “Estoy vivo’, fueron las incomprendidas palabras que, al reconocer la sala de disección, había intentado pronunciar en aquel grave instante de peligro.
Sería fácil multiplicar historias como éstas, pero me abstengo, porque en realidad no nos hacen falta para establecer el hecho de que suceden entierros prematuros. Cuando reflexionamos, en las raras veces en que, por la naturaleza del caso, tenemos la posibilidad de descubrirlos, debemos admitir que tal vez ocurren más frecuentemente de lo que pensamos. En realidad, casi nunca se han removido muchas tumbas de un cementerio, por alguna razón, sin que aparecieran esqueletos en posturas que sugieren la más espantosa de las sospechas.



La sospecha es espantosa, pero es más espantoso el destino. Puede afirmarse, sin vacilar, que ningún suceso se presta tanto a llevar al colmo de la angustia fisica y mental como el enterramiento antes de la muerte. La insoportable opresión de los pulmones, las emanaciones sofocantes de la tierra húmeda, la mortaja que se adhiere, el rígido abrazo de la estrecha morada, la oscuridad de la noche absoluta, el silencio como un mar que abruma, la invisible pero palpable presencia del gusano vencedor; estas cosas, junto con los deseos del aire y de la hierba que crecen arriba, con el recuerdo de los queridos amigos que volarían a salvamos si se enteraran de nuestro destino, y la conciencia de que nunca podrán saberlo, de que nuestra suerte irremediable es la de los muertos de verdad, estas consideraciones, digo, llevan el corazón aún palpitante a un grado de espantoso e insoportable horror ante el cual la imaginación más audaz retrocede. No conocemos nada tan angustioso en la Tierra, no podemos imaginar nada tan horrible en los dominios del más profundo Infierno. Y por eso todos los relatos sobre este tema despiertan un interés profundo, interés que, sin embargo, gracias a la temerosa reverencia hacia este tema, depende justa y específicamente de nuestra creencia en la verdad del asunto narrado. Lo que voy a contar ahora es mi conocimiento real, mi experiencia efectiva y personal..
Durante varios años sufrí ataques de ese extraño trastorno que los médicos han decidido llamar catalepsia, a falta de un nombre que mejor lo defina. Aunque tanto las causas inmediatas como las predisposiciones e incluso el diagnóstico de esta enfermedad siguen siendo misteriosas, su carácter evidente y manifiesto es bien conocido. Las variaciones parecen serlo, principalmente, de grado. A veces el paciente se queda un solo día o incluso un período más breve en una especie de exagerado letargo. Está inconsciente y externamente inmóvil, pero las pulsaciones del corazón aún se perciben débilmente; quedan unos indicios de calor, una leve coloración persiste en el centro de las mejillas y, al aplicar un espejo a los labios, podemos detectar una torpe, desigual y vacilante actividad de los pulmones. Otras veces el trance dura semanas e incluso meses, mientras el examen más minucioso y las pruebas médicas más rigurosas no logran establecer ninguna diferencia material entre el estado de la víctima y lo que concebimos como muerte absoluta. Por regla general, lo salvan del entierro prematuro sus amigos, que saben que sufría anteriormente de catalepsia, y la consiguiente sospecha, pero sobre todo le salva la ausencia de corrupción. La enfermedad, por fortuna, avanza gradualmente. Las primeras manifestaciones, aunque marcadas, son inequívocas. Los ataques son cada vez más característicos y cada uno dura más que el anterior. En esto reside la mayor seguridad, de cara a evitar la inhumación. El desdichado cuyo primer ataque tuviera la gravedad con que en ocasiones se presenta, sería casi inevitablemente llevado vivo a la tumba.
Mi propio caso no difería en ningún detalle importante de los mencionados en los textos médicos. A veces, sin ninguna causa aparente, me hundía poco a poco en un estado de semismncope, o casi desmayo, y ese estado, sin dolor, sin capacidad de moverme, o realmente de pensar, pero con una borrosa y letárgica conciencia de la vida y de la presencia de los que rodeaban mi cama, duraba hasta que la crisis de la enfermedad me devolvía, de repente, el perfecto conocimiento. Otras veces el ataque era rápido, fulminante. Me sentía enfermo, aterido, helado, con escalofríos y mareos, y, de repente, me caía postrado. Entonces, durante semanas, todo estaba vacío, negro, silencioso y la nada se convertía en el universo. La total aniquilación no podía ser mayor. Despertaba, sin embargo, de estos últimos ataques lenta y gradualmente, en contra de lo repentino del acceso. Así como amanece el día para el mendigo que vaga por las calles en la larga y desolada noche de invierno, sin amigos ni casa, así lenta, cansada, alegre volvía a mí la luz del alma.
Pero, aparte de esta tendencia al síncope, mi salud general parecía buena, y no hubiera podido percibir que sufría esta enfermedad, a no ser que una peculiaridad de mi sueño pudiera considerarse provocada por ella. Al despertarme, nunca podía recobrar en seguida el uso completo de mis facultades, y permanecía siempre durante largo rato en un estado de azoramiento y perplejidad, ya que las facultades mentales en general y la memoria en particular se encontraban en absoluta suspensión.
En todos mis padecimientos no había sufrimiento fisico, sino una infmita angustia moral. Mi imaginación se volvió macabra. Hablaba de “gusanos, de tumbas, de epitafios” Me perdía en meditaciones sobre la muerte, y la idea del entierro prematuro se apoderaba de mi mente. El espeluznante peligro al cual estaba expuesto me obsesionaba día y noche. Durante el primero, la tortura de la meditación era excesiva; durante la segunda, era suprema, Cuando las tétricas tinieblas se extendían sobre la tierra, entonces, presa de los más horribles pensamientos, temblaba, temblaba como las trémulas plumas de un coche fúnebre. Cuando
mi naturaleza ya no aguantaba la vigilia, me sumía en una lucha que al fm me llevaba al sueño, pues me estremecía pensando que, al despertar, podía encontrarme metido en una tumba. Y cuando, por fin, me hundía en el sueño, lo hacía sólo para caer de inmediato en un mundo de fantasmas, sobre el cual flotaba con inmensas y tenebrosas alas negras la única, predominante y sepulcral idea.
De las innumerables imágenes melancólicas que me oprimían en sueños elijo para mi relato una visión solitaria. Soñé que había caído en un trance cataléptico de más duración y profundidad que lo normal. De. repente una mano helada se posó en mi frente y una voz impaciente, farfullante, susurró en mi oído:
‘¡Levántate!’
Me incorporé. La oscuridad era total. No podía ver la figura del que me había despertado. No podía recordar ni la hora en que había caído en trance, ni el lugar en que me encontraba. Mientras seguía inmóvil, intentando ordenar mis pensamientos, la fría mano me agarró con fuerza por la muñeca, sacudiéndola con petulancia, mientras la voz farfullante decía de nuevo:
-jLevántate! ¿No te he dicho que te levantes?
-i,Y tú- pregunté- quién eres?
-No tengo nombre en las regiones donde habito- replicó la voz tristemente- Fui un hombre y soy un espectro. Era despiadado, pero soy digno de lástima. Ya ves que tiemblo. Me rechinan los dientes cuando hablo, pero no es por el frío de la noche, de la noche eterna. Pero este honor es insoportable. ¿Cómo puedes dormir tú tranquilo? No me dejan descansar los gritos de estas largas agonías. Estos espectáculos son más de lo que puedo soportar. ¡Levántate! Ven conmigo a la noche exterior, y deja que te muestre las tumbas. ¿No es este un espectáculo de dolor?... Mira!
Miré, y la figura invisible que aún seguía apretándome la muñeca consiguió abrir las tumbas de toda la humanidad, y de cada una salían las irradiaciones fosfóricas de la descomposición, de forma que pude ver sus más escondidos rincones y los cuerpos amortajados en su triste y solemne sueño con el gusano. Pero, ¡ay!, los que realmente dormían, aunque fueran muchos millones, eran menos que los que no dormían en absoluto, y había una débil lucha, y había un triste y general desasosiego, y de las profundidades de los innumerables pozos salía el melancólico frotar de las vestiduras de los enterrados. Y, entre aquellos que parecían descansar tranquilos, vi que muchos habían cambiado, en mayor o menor grado, la rígida e incómoda postura en que frieron sepultados. Y la voz me habló de nuevo, mientras contemplaba:
es esto, ¡ah!, acaso un espectáculo lastimoso? Pero, antes de que encontrara palabras para contestar, la figura había soltado mi muñeca, las luces fosfóricas se extinguieron y las tumbas se cerraron con repentina violencia, mientras de ellas salía un tumulto de gritos desesperados, repitiendo: ‘i,No es esto, ¡Dios mío!, acaso un espectáculo lastimoso?’
Fantasías como ésta se presentaban por la noche y extendían su terrorífica influencia incluso en mis horas de vigilia. Mis nervios quedaron destrozados, y fui presa de un honor continuo. Ya no me atrevía a montar a caballo, a pasear, ni a practicar ningún ejercicio que me alejara de casa. En realidad, ya no me atrevía a fiarme de mí lejos de la presencia de los que conocían mi propensión a la catalepsia, por miedo de que, en uno de esos ataques, me enterraran antes de conocer mi estado realmente. Dudaba del cuidado y de la lealtad de mis amigos más queridos. Temía que, en un trance más largo de lo acostumbrado, se convencieran de que ya no había remedio. Incluso llegaba a temer que, como les causaba muchas molestias, quizá se alegraran de considerar que un ataque prolongado era la excusa suficiente para librarse defmitivamente de mí. En vano trataban de tranquilizarme con las más solemnes promesas. Les exigía, con los juramentos más sagrados, que en ninguna circunstancia me enterraran hasta que la descomposición estuviera tan avanzada, que impidiese la conservación. Y aun así mis tenores mortales no hacían caso de razón alguna, no aceptaban ningún consuelo. Empecé con una serie de complejas precauciones. Entre otras, mandé remodelar la cripta familiar de forma que se pudiera abrir fácilmente desde dentro. A la más débil presión sobre una larga palanca que se extendía hasta muy dentro de la cripta, se abrirían rápidamente los portones de hierro. También estaba prevista la entrada libre de aire y de luz, y adecuados recipientes con alimentos y agua, al alcance del ataúd preparado para recibirme. Este ataúd estaba acolchado con un material suave y cálido y dotado de una tapa elaborada según el principio de la puerta de la cripta,
incluyendo resortes ideados de forma que el más débil movimiento del cuerpo seña suficiente para que se soltara. Aparte de esto, del techo de la tumba colgaba una gran campana, cuya soga pasaría (estaba previsto) por un agujero en el ataúd y estaría atada a una mano del cadáver. Pero, ¡ay!, ¿de qué sirve la precaución contra el destino del hombre?. ¡Ni siquiera estas bien urdidas seguridades bastaban para librar de las angustias más extremas de la inhumación en vida a un infeliz destinado a ellas!
Llegó una época- como me había ocurrido antes a menudo- en que me encontré emergiendo de un estado de total inconsciencia a la primera sensación débil e indefmida de la existencia. Lentamente, con paso de tortuga, se acercaba el pálido amanecer gris del día psíquico. Un desasosiego aletargado. Una sensación apática de sordo dolor. Ninguna preocupación, ninguna esperanza, ningún esfuerzo. Entonces, después de un largo intervalo, un zumbido en los oídos. Luego, tras un lapso de tiempo más largo, una sensación de hormigueo o comezón en las extremidades; después, un período aparentemente eterno de placentera quietud, durante el cual las sensaciones que se despiertan luchan por transformarse en pensamientos; más tarde, otra corta zambullida en la nada; luego, un súbito restablecimiento. Al fm, el ligero estremecerse de un párpado; e inmediatamente después, un choque eléctrico de terror, mortal e indefmido, que envía la sangre a torrentes desde las sienes al corazón. Y entonces, el primer esfuerzo por pensar. Y entonces, el primer intento de recordar. Y entonces, un éxito parcial y evanescente. Y entonces, la memoria ha recobrado tanto su dominio, que, en cierta medida, tengo conciencia de mi estado. Siento que no me estoy despertado de un sueño corriente. Recuerdo que he sufrido de catalepsia. Y entonces, por fm, como si friera la embestida de un océano, el único peligro horrendo, la única idea espectral y siempre presente abruma mi espíritu estremecido.
Unos minutos después de que esta fantasía se apoderase de mí, me quedé inmóvil. ¿Y por qué? No podía reunir valor para moverme. No me atrevía a hacer el esfuerzo que desvelara mi destino, sin embargo algo en mi corazón me susurraba que era seguro. La desesperación- tal como ninguna otra clase de desdicha produce-, sólo la desesperación me empujó, después de una profunda duda, a abrir mis pesados párpados. Los levanté. Estaba oscuro, todo oscuro. Sabía que el ataque había terminado. Sabía que la situación crítica de mi trastorno había pasado. Sabía que había recuperado el uso de mis facultades visuales, y, sin embargo, todo estaba oscuro, oscuro, con la intensa y absoluta falta de luz de la noche que dura para siempre.
Intenté gritar, y mis labios y mi lengua reseca se movieron convulsivamente, pero ninguna voz salió de los cavernosos pulmones, que, oprimidos como por el peso de una montaña, jadeaban y palpitaban con el corazón en cada inspiración laboriosa y dificil.
El movimiento de las mandíbulas, en el esfuerzo por gritar, me mostró que estaban atadas, como se hace con los muertos. Sentí también que yacía sobre una materia dura, y algo parecido me apretaba los costados. Hasta entonces no me había atrevido a mover ningún miembro, pero al fm levanté con violencia mis brazos, que estaban estirados, con las muñecas cruzadas. Chocaron con una materia sólida, que se extendía sobre mi cuerpo a no más de seis pulgadas de mi cara. Ya no dudaba de que reposaba al fin dentro de un ataúd.
Y entonces, en medio de toda mi infmita desdicha, vino dulcemente la esperanza, como un querubín, pues pensé en mis precauciones. Me retorcí e hice espasmódicos esfuerzos para abrir la tapa: no se movía. Me toqué las muñecas buscando la soga: no la encontré. Y entonces mi consuelo huyó para siempre, y una desesperación aún más inflexible reinó triunfante pues no pude evitar percatarme de la ausencia de las almohadillas que había preparado con tanto cuidado, y entonces llegó de repente a mis narices el fuerte y peculiar olor de la tierra húmeda. La conclusión era irresistible. No estaba en la cripta. Había caído en trance lejos de casa, entre desconocidos, no podía recordar cuándo y cómo, y ellos me habían enterrado como a un perro, metido en algún ataúd común, cerrado con clavos, y arrojado bajo tierra, bajo tierra y para siempre, en alguna tumba común y anónima.
Cuando este horrible convencimiento se abrió paso con fuerza hasta lo más íntimo de mi alma, luché una vez más por gritar. Y este segundo intento tuvo éxito. Un largo, salvaje y continuo grito o alarido de agonía resonó en los recintos de la noche subterránea.
-Oye, oye, ¿qué es eso?- dijo una áspera voz, como respuesta.
-i,Qué diablos pasa ahora?- dijo un segundo..
-Fuera de ahí!- dijo un tercero.
-jPor qué aúlla de esa manera, como un gato montés?- dijo un cuarto.
Y entonces unos individuos de aspecto rudo me sujetaron y me sacudieron sin ninguna consideración. No me despertaron del sueño, pues estaba completamente despierto cuando grité, pero me devolvieron la plena posesión de mi memoria.
Esta aventura ocurrió cerca de Richmond, en Virginia. Acompañado de un amigo, había bajado, en una expedición de caza, unas millas por las orillas del río James. Se acercaba la noche cuando nos sorprendió una tormenta. La cabina de una pequeña chalupa anclada en la corriente y cargada de tierra vegetal nos ofreció el único refugio asequible. Le sacamos el mayor provecho posible y pasamos la noche a bordo. Me dormí en una de las dos literas; no hace falta describir las literas de una chalupa de sesenta o setenta toneladas. La que yo ocupaba no tenía ropa de cama. Tenía una anchura de dieciocho pulgadas. La distancia entre el fondo y la cubierta era exactamente la misma. Me resultó muy dificil meterme en ella. Sin embargo, dormí profundamente, y toda mi visión- pues no era ni un sueño ni una pesadilla- surgió naturalmente de las circunstancias de mi postura, de la tendencia habitual de mis pensamientos, y de la dificultad, que ya he mencionado, de concentrar mis sentidos y sobre todo de recobrar la memoria durante largo rato después de despertarme. Los hombres que me sacudieron eran los tripulantes de la chalupa y algunos jornaleros contratados para descargarla. De la misma carga procedía el olor a tierra. La venda en tomo a las mandíbulas era un pañuelo de seda con el que me había atado la cabeza, a falta de gorro de dormir.
Las torturas que soporté, sin embargo, fueron indudablemente iguales en aquel momento a las de la verdadera sepultura. Eran de un horror inconcebible, increíblemente espantosas; pero del mal procede el bien, pues su mismo exceso provocó en mi espíritu una reacción inevitable. Mi alma adquirió temple, vigor. Salí fuera. Hice ejercicios duros. Respiré aire puro. Pensé en más cosas que en la muerte. Abandoné mis textos médicos. Quemé el libro de Buchan. No leí más Pensamientos nocturnos, ni grandilocuencias sobre cementerios, ni cuentos de miedo como éste. En muy poco tiempo me convertí en un hombre nuevo y viví una vida de hombre. Desde, aquella noche memorable descarté para siempre mis aprensiones sepulcrales y con ellas se desvanecieron los achaques catalépticos, de los cuales quizá fueran menos consecuencia que causa. Hay momentos en que, incluso para el sereno ojo de la razón, el mundo de nuestra triste humanidad puede parecer el infierno, pero la imaginación del hombre no es Caratis para explorar con impunidad todas sus cavernas. ¡Ay!, la torva legión de los tenores sepulcrales no se puede considerar como completamente imaginaria, pero los demonios, en cuya compañía Afrasiab hizo su viaje por el Oxus, tienen que dormir o nos devorarán..., hay que permitirles que duerman, o pereceremos.





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4 de septiembre de 2007

Luis Jimenez Hernández

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POEMA DE INSTRUCCIÓN PARA MATAR UN AMIGO



Yoel Thomas, se sienta en su habitación, cansado de un curso que hará que deje de ser un liniero. Ha dejado los postes detrás; ahora como tantas veces es poeta y se regodea en la sien y el cañón frío de un revolver imaginario. Lo miro con lastima, pienso que no podrá escribir su tierra baldía y en este poema de consecuencias, dejo caer en su café, gotas de láudano suficiente como para matar un toro.

1 de septiembre de 2007

Caridad Atencio















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El vientre que gotea como un ojo se escuda en un abismo.
Ya volverán por mí, me falta una obsesión.
Rozaba los objetos del insomnio,
el gesto zigzagueante en la antesala.

Sé que le presto sangre al lado muerto.

Clavada en mi señal yo recupero el mundo,

sobredivido la permanencia íntima.


El estupor refleja el fondo de la noche,

La crueldad con que una nube tapa la luna.

*

Con una cuchilla raspan tu identidad. La idea se mueve como hierro desaceitado. Descubres una voz a tu nombre, ‘en medio del más delicado baño de sangre’ un secreto dentro de un secreto. Ahora soy un peso, un árbol trasplantado. De un golpe acaricio mi cráneo. Del espíritu las puertas de metal cerraron bruscamente, tragando vibración, cada segundo.

José Martí






La Habana, 1853 - Dos Ríos, Cuba, 1895. Político y escritor. Fue uno de los más grandes poetas hispanoamericanos y la figura más destacada de la etapa de transición al modernismo, que en América supuso la llegada de nuevos ideales artísticos.Como poeta se le conoce por Ismaelillo (1882), obra que puede considerarse un adelanto de los presupuestos modernistas por el dominio de la forma sobre el contenido; Versos libres (1878-1882), La edad de oro (1889) y Versos sencillos (1891), esta última decididamente modernista y en la que predominan los apuntes autobiográficos y el carácter popular.










No, música tenaz, me hables del cielo!
¡Es morir, es temblar, es desgarrarme
Sin compasión el pecho¡ Si no vivo
Donde como una flor al aire puro
Abre su caliz verde la palmera,
Si del día penoso a casa vuelvo...
¿Casa dije? ¡No hay casa en tierra ajena!...
¡Roto vuelvo en pedazos encendidos!
Me recojo del suelo: alzo y amaso
Los restos de mi mismo, ávido y triste
Como un estatuador un Cristo roto:
Trabajo siempre en pie, por fuera un hombre
¡Venid a ver por dentro!
Pero tomad a que Virgilio os guíe...
Si no, estáos afuera: el fuego rueda
Por la cueva humeante: como flores
De un jardín infernal se abren las llagas
¡Y boqueantes por la tierra seca
Queman los pies los escaldados leños!
¡Toda fue flor la aterradora tumba!
¡No, música tenaz , me hables del cielo!

Ismael González Castañer













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Del libro "Mercados verdaderos"







Las mujeres que te aman
llegan por la nieve oscura,
que, además, se mantiene compacta y lenta/
nunca temen a la viscosidad.

Ellas le dijeron a mi padre algo
para que no vaya yo a perderlas
porque somos unos lindos de la noche.

Ranas / Bichos/ Bichos indistintos / Cualesquieran.

- Lindo: solo he venido para amarte - me explicaron
sonrientes, quemadas:
porque la nieve oscura y
ciertamente lenta.
¿Qué harías tú ante alguna
que viniera sola
y sin gorat?

Leonardo Guevara










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La electricidad me llama. Ardillas corren por la línea del poder para asistir al espectáculo. Mis músculos arden por la masturbación al mismo objeto. La maquina me absorbe sin opción a dejarla – antídoto contra la claustrofobia y el aislamiento-. La luz del artefacto me ciega. Poses de todo tipo sin experimentar asco o convulsión.
Las ardillas corren observando al hombre cayendo en la línea del poder. La electricidad me llama.

Oscar Cruz











Cuba (Santiago de Cuba, 1979). Graduado en Historia (2003). Poeta y editor. Obtuvo el premio David de Poesía (UNEAC, 2006). Tiene en proceso editorial el libro Los malos inquilinos, Ediciones Unión 2007.







Alambres



se llamaba Jimena, era blanca y fumadora, tenía entre las piernas un raro mecanismo, un raro advenimiento para el coito. dicen los que saben que era buena. yo era un simple mirador, la veía vibrar, menearse, sentía algo por lo breve, creo que sí, sus nalgas eran breves, pero sabía balancearlas, moverlas. no soy hombre de eso: me dije, nunca lo he sido. me acercaba hasta allí, bajo torcidas hileras de alambres me tumbaba y suspendidas sobre mis ojos, alineadas con precisión, yo sentía las tetas de Jimena. o al menos eso creo. siempre había alambres. me jodían los alambres. una tarde, surgió una luz cerca del techo, a través del orificio, vi el rostro de una mujer, ajada pero hermosa. bajó la mirada y luego apareció el rostro de un hombre, parecía mi vecino, o al menos eso creo. la luz se concentró y el hombre dijo: Jimena era una puta, un instrumento engullidor, con vientre y corazón ruidosamente calcinados. ahora escribe y ha cambiado. no entendí lo que me dijo. lo cierto es que alguna noche, llevé a Jimena hacia el traspatio y allí la penetré, de pie, contra una puerta, fue algo cálido. pensé en las palabras del vecino y en anchas playas vacías. aunque también fue un poco triste. había una ausencia total de sentimiento que no pude superar ni comprender. estaba allí, entrando y saliendo de Jimena, bombeándola, borrándole el carmín, con el cielo lleno de alambres, siempre me jodían sus alambres. noches más tarde la vi, besaba a mi vecino con desgano. creo que sí. Jimena era una puta, y ha cambiado.