21 de febrero de 2008

Edgar Lee Masters










Estados Unidos,1868 - 1950. Es uno de los poetas más importantes de la primera mitad del siglo XX.







De Antología de Spoon River

La Señora de George Reece



A esta generación le diría:
memoricen algún verso sobre la verdad o la belleza.
Podría servir de algo en sus vidas.
Mi esposo no tuvo nada que ver
con la caída de la banca -él era solo cajero.
La ruina se debió al presidente Thomas Rhodes,
y a su inútil e inescrupuloso hijo.
Con todo, mi esposo fue a la cárcel,
y yo me quedé con los niños,
para alimentarlos, vestirlos y educarlos.
Y tal cosa hice, y los saqué adelante
en el mundo, todos limpios y fuertes,
y todos según la sabiduría de Pope, el poeta:
"Cumple bien tu parte, ahí descansa todo el honor".





...


William y Emily



¡Hay algo en la Muerte
que se asemeja al amor!
Si es con uno con quien has conocido la pasión
y el brillo del amor juvenil,
también tú, después de varios años
de vida en común, sientes que el fuego se consume
y así se apagan juntos,
poco a poco, debilmente, con delicadeza,
como si estuvieran uno en brazos del otro,
alejándose de la estancia familiar.
Este es un poder de armonía entre las almas
que se asemeja al amor.

16 de febrero de 2008

Henri Michaux














Namur, Bélgica, 24 de mayo de 1899-París, 18 de octubre de 1984) fue un poeta y pintor de origen belga, nacionalizado francés.





Marcada por la cesura de un mal profundo, una melodía, que es melodía igual que un viejo galgo tuerto y reumático sigue siendo un galgo, una melodía surgida tal vez del drama del microseísmo de un minuto fallido durante una tarde difícil, una melodía deshecha, que se derrumba sin cesar derrotada Sin elevarse, una melodía, pero empecinada también en no ceder del todo, como el mangle que empujado por las aguas es retenido por sus raíces obstinadas sin llegar a hacer el pavo real, una melodía, una melodía para mí solo, a mí confiada, lisiada para que yo me reconozca en ella, hermana en la incertidumbre Indefinidamente repetida, que cansaría al oído más complaciente, una melodía para canturrear entre nosotros, ella y yo, que me liberaría de mi verdadera balbuciente palabra, aún jamás dicha, una melodía pobre, pobre como la que necesitaría el mendigo para expresar sin palabras su miseria y toda la miseria en torno a él y todo lo que responde miseria a su miseria, sin escucharlo como una llamada al suicidio, como un suicidio iniciado, como una vuelta siempre al único recurso: el suicidio, una melodía, una melodía para ganar tiempo, para fascinar a la serpiente, mientras que la frente incansada sigue buscando, en vano, su oriente.
Una melodía...

...


NOSOTROS

En nuestra vida, nada fue recto.
Recto como para nosotros.
En nuestra vida, nada se consumó hasta el fondo.
Hasta el fondo como para nosotros.
El triunfo, el perfeccionamiento,
No, no son para nosotros.
Pero tomar el vacío entre las manos,
Cazar la liebre, encontrar al oso.
Golpear valientemente al oso, tocar al rinoceronte.
Ser despojado de todo, haciendo transpirar nuestro propio corazón.
Arrojado al desierto, obligado a reunir su ganado,
un hueso por aquí, un diente por allá, a lo lejos un cuerno.
Eso es para nosotros.
Y decir que las siete vacas gordas nacen en este momento.
Nacen, pero nosotros no las ordeñaremos.
Los cuatro caballos alados acaban de nacer.
Han nacido, sólo sueñan con volar.
Nos da pena retenerlos. Llegarán casi hasta las estrellas esos animales.
Pero no nos transportarán a nosotros.
Para nosotros los caminos de topo, de alacrán.
Además, hemos llegado a las puertas de la Ciudad,
De la Ciudad-importante.
Estamos ahí, no hay dudas. Es ella. Es ella de verdad.
Todo lo que sufrimos para llegar... y para partir.
Desatarse con lentitud, fraudulentamente, los brazos en la espalda...
Pero no somos nosotros los que entraremos.
Son jóvenes qué-me-miras todos verdes, muy altivos quienes entrarán.
Pero nosotros no entraremos.
Tampoco iremos más allá. ¡Stop! No más allá.
Entrar, cantar, triunfar, no, no, no es para nosotros.

Antonin Artaud















SOBRE NERVAL


Rodez, 7 de marzo de 1946
Señor Georges Lebreton
al cuidado del señor Max-Pol Fouchet
Director de la revista Fontaine
calle Saint-Placide 41
París.




Querido señor:

Acabo de leer en la revista Fontaine dos artículos de usted acerca de Gérard de Nerval que me han causado una extraña impresión.
Usted debe de saber por mis libros que soy un ser violento e iracundo, lleno de espantosas tempestades internas, a las que siempre he canalizado en poemas, pinturas, puestas en escena y escritos, pues también debe de saber por mi vida que nunca muestro esas tempestades al exterior. He de decir a usted hasta qué punto he sentido siempre la vida de Gérard de Nerval junto a la mía, y hasta qué punto los poemas de las "Quimeras" en los que hace usted descansar su esfuerzo de elucidación, representan para mí esa especie de vínculos del corazón, esos viejos dientes de una acrimonia mil veces rechazada y extinta y con la cual Gérard de Nerval, desde el fondo de sus tumores de espíritu, logró hacer vivir seres, seres por él recuperados de la alquimia, y reivindicó los Mitos, y puso a salvo del amortajamiento de la Adivinación. Para mí, Anteros, Isis, Knef, Belus, Dagán o la Mirto de la Fábula no terminan de ser los de las turbias historias de la Fábula, sino seres inauditos y nuevos que no tienen del todo el mismo sentido y que tampoco traducen célebres angustias, sino las fúnebres de Gérard de Nerval, colgado una mañana y nada más. Quiero decir que el poder de rechazo de un gran poeta frente a los Mitos es absoluto, pero que Gérard de Nerval, como ha dicho usted en ciertos pasajes de sus artículos, añadió a ello su propia transfiguración, no la de un iluminado, sino la de un ahorcado y que siempre sentirá al ahorcado. Para colgarse a la madrugada del farol de una calle turbia hay que tener torsiones del corazón como primicias de la inmanencia del colgamiento. Hay que tener unas ansias como las ansias con que Gérard de Nerval supo constituir increíbles músicas, que valen, no por la melodía o la música, sino por el tono bajo, quiero decir, la caverna baja, abdominal, de un corazón azotado.
Con toda seguridad, Gérard de Nerval estudió la Cábala alquímica, que, como todos saben, rozó la Gran Obra, pero nunca llegó a ella. En tanto que los poemas de Gérard de Nerval, quiero decir, los insólitos sonetos de sus irrecusables Quimeras, se hallan en el camino de las explosiones de la Gran Obra, que fueron siempre y serán la zambullida del poder de ser en el delirio de las reivindicaciones.
Me han sumergido tres veces en las aguas de Cocito
Y protegiendo siempre a mi madre Amalecita
Siembro a sus pies los dientes del viejo Dragón
Anteros se venga de su madre, como que la hace nacer con dientes viejos. Gérard de Nerval se retuerce tres veces contra el olvido en que "los monarcas de los dioses" lo hunden como en un baño de vitriolo.
El verso dice:
Y protegiendo siempre a mi madre Amalecita
¿A quién, pues? Sabido es que los amalecitas eran una raza que se creía surgida de la tierra pura, sin ningún compromiso con dios, pero que a la larga, y a fuerza de confundirse con el principio del limo generador, quiso encontrarlo en el útero para extraer de él su progenie, y si hay un algo heroico en ese siempre con el que Gérard de Nerval Anteros continúa protegiendo a su madre, en medio mismo de su descenso a los infiernos, también puede sentirse -y esto ya no se desprende de la Cábala de los Mitos, ni del juego de cartas de la Adivinación-, también puede sentirse, digo, el apretamiento de las primeras denticiones, y yo diría esa espantosa tripsis dentaria de un deber a punto de soltar la presa y sublevarse contra las servidumbres filiales. Pues la Amalecita es conocida en la Biblia por ser también la primera madre que haya querido tomarle a la tierra el principio innato de dios, y en la parte más húmeda de su propia caverna de tierra -el útero- incubarlo como a su propio hijo. Y sembrar a sus pies los dientes del viejo dragón es plantar raíces para hacerla, quizás, crecer, pero también es sacar contra ella todos los dientes de una teta materna a fin, sobre todo, de desembarazarse de ella. Y no es tan sólo un asunto de sentido. Quiero decir que la prueba del sentido de los versos de las Quimeras no puede ser dada por la Mitología, la alquimia, la adivinación por cartas, la mística, la dialéctica o la semántica de las psicurgías, sino únicamente por la dicción. Todos los versos han sido escritos para ser primero oídos, concretados en la plenitud de las voces, e incluso nada más que su música los aclara y pueden entonces hablar por las simples modulaciones del sonido, y sonido por sonido, pues sólo fuera de la página impresa o escrita puede un verso auténtico cobrar sentido y necesita el espacio del aliento entre la fuga de todas las palabras. Las palabras huyen de la página y se abalanzan. Huyen del corazón del poeta, quien incita su intraducible fuerza de asalto. Y que ya no las retiene en su soneto sino por el poder de la asonancia; sonar afuera con un idéntico ropaje, pero sobre una base de enemistad. Y esto lo dicen las sílabas de los versos, tan duros versos para parir las Quimeras, pero con la condición de ser nuevamente, y a cada lectura, expectorados. Pues entonces es cuando sus jeroglíficos se vuelven claros, entonces cuando todas las claves de su supuesto ocultismo se extinguen en los repliegues ya inútiles y nefastos de la materia cerebral. Pues los versos sólo son herméticos para quien jamás ha podido soportar a un poeta y, por odio al olor de su vida, se ha refugiado en el puro espíritu. Creo que el espíritu que desde hace ya cien años declara herméticos los versos de las Quimeras es ese espíritu de eterna pereza que siempre, frente al dolor -temeroso de acercársela demasiado, de sufrirlo también él de demasiado cerca; quiero decir, por miedo a conocer el alma de Gérard de Nerval como quien conoce los tumores de una peste o las terribles y negras huellas de la garganta de un suicidado-, ha ido a refugiarse en la crítica de las fuentes, como los sacerdotes en la liturgia de la misa huyen de los espasmos de un crucificado. Pues son las liturgias indoloras y críticas del ritual de los sacerdotes judíos que provocaron las excoriaciones y tumefacciones del cuerpo de cierto hombre que también fue colgado un día de los cuatro clavos de su calvario y luego arrojado a un basural como se arroja tocino a los perros. Y si Gérard de Nerval no fue colgado en el Gólgota, al menos él mismo se colgó de un farol como el traje de un cuerpo demasiado castigado que se colgara de un viejo clavo, como un viejo cuadro desesperado puesto en un clavo. Y esto se siente ahora en sus poemas; son los poemas de un ahorcado, colgado ante la crítica del ser y ante la captación de los rituales. Colgado ante el nacimiento de las fábulas y la fuente de las alegorías. Pues frente a cada alegoría o símbolo hay un sacerdote como Dom Pernety, como en la Edad Media hubo sacerdotes ante las desolladuras de ciertos seres nunca natos y siempre por nacer y de las escardaduras de la osamenta del dolor de los cuales, también nonatos y en la nada, pero viviendo del dolor como primicias de su futura maduración, los sacerdotes extrajeron los símbolos de la presunta ciencia abortiva de la alquimia.
Pues Gérard de Nerval no habría sufrido de la vida si no hubiese sido puesta en símbolos, no hubiese sido tipificada en símbolos, recortada en homúnculos astrales en ollas y si los símbolos y alegorías de seres, desesperados y rechazados por el ritual de la alquimia, no hubiesen sido estos, por otra parte, fuera de la simiente, fuera de esa semilla de tumores y simiente que en la vida real desemboca en la sífilis o en la peste, en el suicidio o en la locura. ¿Qué es la locura? Un trasplante fuera de la esencia, pero dentro de los abismos, de lo interior exterior. ¿Qué es la esencia? ¿Un agujero o un cuerpo? La esencia es el agujero de un cuerpo que el abismo de la boca circular de la olla nunca ha significado de verdad frente a las impaciencias de la alquimia. ¿Queda un puñado de huesos pulverizado? ¿Ni eso? Pero algo como una falsa sintaxis, las cansadas larvas de una antigua sintaxis en el esqueleto de nuestro cerebro. Como no queda un eje de la adivinación por cartas, sino las imágenes de una imaginativa floración fulminada. No unos precipitados en torno de un árbol de eje, sino los precipitados de un deshecho primarismo. La Adivinación es la idea de un Número en el que cabe hacer descansar las cosas, y hace ya más de mil siglos que este Número, como un árbol de mala cepa, ha sido erradicado de la realidad. Y si Gérard de Nerval se empapó de todo ello, sus Quimeras lo salvaron. Quiero decir que las Quimeras no pueden explicarse por las Cartas Adivinatorias, ni aun vistas como el juego interno de una prefiguración alquímica de las cosas; y con respecto al drama de todas las figuras que entran en ésta, tampoco pueden explicarse por la sombría aparición de principios que se halla en la base de la mitología, pues los principios de la Mitología fueron seres de los que Gérard de Nerval no tuvo necesidad para ser.
Jamás he podido soportar el manoseo de los versos de un gran poeta desde el punto de vista de la semántica, de la historia, de la arqueología o de la mitología; los versos no se explican, y en lo que incumbe a Gérard de Nerval, y sobre todo a los poemas de las Quimeras, me parece un pecado capital.
Pues la primera trasmutación alquímica que se efectúa en el cerebro de un lector de sus poemas consiste en perder pie frente a la historia y a lo concreto de los recuerdos mitológicos objetivos, para entrar en un concreto más válido y seguro, cual es el del alma del propio Gérard de Nerval, y olvidar, con ello, historia, mitología, poesía y alquimia.
Lo que me impresiona en las Quimeras de Gérard de Nerval es que Anteros, Knef, santa Gúdula y el príncipe de Aquitania se convierten en seres nuevos, no como Titania, julio César, Romeo y julieta o Hamlet, príncipe de Dinamarca, en los dramas de Shakespeare, sino como insólitas y maravillosas máquinas de conciencia, una flamante conciencia de una vida aparte y que parece preceder a la Mitología y a la historia, no surgir de ellas, como en la obra de Shakespeare o de otros poetas. Lo cual quiere decir que lejos de explicar a Gérard de Nerval por sus fuentes digamos científicas, como hace Georges Le Breton, diré que la historia, la Mitología y la alquimia han llegado de esa corriente anímica interna cuyo poder de ser y cuya emisión creadora de objetos han sido manejados por muy contados grandes poetas de la historia. Y estos objetos, todos ellos seres, se llaman Anteros, Isis, Knef, el Cocito, Mirto, Yaco, el Aqueronte y el Dragón. Lo cual quiere decir que, lejos de tratar de explicar a Gérard de Nerval por la Mitología y la alquimia, yo querría tratar de explicar la alquimia y sus Mitos por los poemas de Gérard de Nerval. la poesía es una innervación magnética del corazón, de la que el corazón de Gérard de Nerval tuvo durante toda su vida una caverna, una de las principales cavernas emisoras de un vacío en el que se rehace toda poesía. No hay un solo poema de las Quimeras que no haga pensar en las angustias físicas de un primitivo parto. Y yo a mi vez no creo que la ciencia de sus poemas la haya obtenido de sus investigaciones en el campo Mitológico o alquímico, ni que la realidad dialéctica de sus fabulosos personajes que evoca pueda provenir de un punto de vista cualquiera para elucidarlos, para situarlos en un trayecto metafísico, aun cuando se los quiera justificar frente a la percepción.
El trayecto metafísico de los poemas de Gérard de Nerval no es el de las grandes fábulas míticas ni el de la simbólica, a su vez, por lo demás, terriblemente evasiva -aunque no lo suficiente aún- de la alquimia; quiero decir que para los alquimistas la manera de realizar la Gran Obra es negativa, escapa por naturaleza al encarcelamiento en una idea o en un término y nunca evoca más que estados o hechos nuevos y hasta ese momento jamás producidos y que nada antiguo o conocido pueden proporcionar; y si cada poema de Gérard de Nerval es como la explosión de un ser de la Gran Obra, este ser lo es mucho mejor y con más sobrada razón que todas las conquistas de la alquimia real. La cual creo, nunca en rigor ha existido. Pues en la historia la alquimia, como el resto, no es más que el abecedario de un número hoy en día determinado de abortos científicos, un formulario no del todo catalogado, y que por lo demás no puede serlo, pero que entra a serlo cuando se habla de él, de operaciones que el hombre no puede considerar sin cometer un crimen y de las que sólo muy contados grandes poetas, como Baudelaire, Edgar Poe, Rimbaud y sobre todo Gérard de Nerval nos han restituido el equivalente. Y en la alquimia de la historia no son más que la cocina ya caduca de la semántica de un ritual. Y no se puede restablecer el alma de los intangibles poemas de las Quimeras, inexpugnables e intactos para siempre frente a los enfoques de los comentarios o las clasificaciones dialécticas del espíritu; no se puede llevar ese alma a una aproximación con realidades o clases alegóricas ya conocidas, experimentadas y oídas. Y tampoco son puras asociaciones de músicas y palabras. Hay en esos poemas un drama del espíritu, de la conciencia y del corazón puesto por delante por las más extrañas consonancias, no de sonidos, no dentro del registro auditivo, sino del animado, Gran Obra de una metamorfosis del principio mismo de la acción, expansión fuera de lo oscuro de la conciencia inocente, asiento de los más increíbles estallidos de lenguaje que jamás haya computado un ser humano. Quiero decir que los poemas de Gérard de Nerval son tragedias, y que tampoco es dable hablar a su respecto de alteraciones meramente pictóricas, fabulosas o sonoras de la imaginación sin pasar al lado de los pasionales tumores morales, de las maravillosas liberaciones efectivas morales, de todos esos flotantes clavos de la conciencia que Dios -ese experto siempre sentencioso, decidido y primario de, todos los rudimentos de lo insondable creado- no ha dejado de hacer flotar. Y estas tragedias de una humanidad rechazada, de una humanidad que hasta ahora nunca había podido vivir, son tempestuosas protestas de seres que alientan, sienten, perciben y sufren y a los que Gérard de Nerval ha logrado sacar a luz en sus poemas presuntamente jeroglíficos de las Quimeras.
Hay que dejar de hablar de mistagogía o de ocultismo a propósito de los poemas de Gérard de Nerval. Hay que dejar de dirigirse a una Cábala de los números y de sus formas, a una simbólica histórica de las fabulaciones efectivas, a una semántica ya existente de los sentimientos y sus formas, a una dramaturgia tipificada por otros de la concepción y de las ideas. El problema de la inmaculada concepción jamás se resolvió en la Cábala de la historia, y los poemas de Gérard de Nerval no surgieron de la Cábala ni de la historia; quiero decir que carecen en absoluto de relación con lo que fuere de ya emitido en la alquimia o la Cartomancia y que se derraman y expanden no paralelamente a una simbólica, a una mística ni a las alegorías cabalísticas de la ciencia monstruosamente falsa y criminal de los Iniciados, sino contradictoriamente con esta ciencia y con todas las claves psicúrgicas de las manos echadas en la adivinación por las cartas.
En el alma de Gérard de Nerval debieron de producirse -yo no estaba allí, pero sus poemas me lo dicen- espantosas explosiones durante su toma de contacto, ora con la ciencia alquímica, ora con las manipulaciones de la simbólica espantosamente primaria e impulsivo de las cartas. Las cartas se han valido de estados aún inconclusos y larvarios de la conciencia para cifrar una ciencia suya que sólo descansa en la nada y que ha querido precipitar en las cartas el nacimiento de una simbólica de la nada. Pero la nada es cosa de poetas y no de hechiceros, pitonisas, tiradores de cartas ni magos. La nada de ese abismo de horror del que la conciencia siempre está volviendo en sí para nacer en algo en lo cual existir. Un mundo de pariciones, no a propósito de algo, sino a propósito de nada y en primer término de nada, pues el alma nada sabe en un comienzo; no es ni sabe nada. Pero siempre se trata de lo mismo. El fondo del Ramayana consiste en no saber de qué está hecha el alma, pero en hallar que está hecha y siempre lo estuvo de algo que era antes, y no sé si en francés existe la palabra remanencia, pero traduce muy bien lo que quiero decir: que el alma es un sostén, no un
depósito, sino un sostén, lo cual siempre se levanta e incorpora de lo que en otro tiempo quiso subsistir, yo querría decir remanecer, permanecer para reemanar, emanar conservando todo su resto, ser el resto que va a remontarse. Ahora bien, el poeta hace el alma y es el único en hacerla. Y no sé si la palabra viene de Rama, que fue un ser enemigo del hálito Brahma, pero sé que los poemas de Gérard de Nerval son seres, seres sacados por Nerval de la nada, no mediante las cartas adivinatorias, la historia ni la alquimia, sino a través de esa sombría historia que fue la suya propia, la sobrevivencia de su viejo corazón, la permanencia de un viejo corazón.
Pero a través de la sombría historia que fue su alma -sostenida en todos los tiempos por las cartas de la historia o los alambiques de la alquimia- no olvidemos que Gérard de Nerval murió colgado, que él mismo se colgó un amanecer de un farol y que el suicidio no puede ser otra cosa que una protesta contra una empresa, y ciertamente creo que ésta es la del tiempo, no por el lado en que el tiempo es el tiempo que nos sigue en la vida presente, sino por el lado en que la vida presente se subleva contra la presencia de la eternidad. Esa presencia eterna de una bestia en el cuantioso vientre de la cual siempre viven las cartas de la historia y los alambiques de una alquimia caduca. Gérard de Nerval sufrió espantosamente las cartas, la alquimia y la historia, y, lejos de creer que sacó de las cartas, la mitología, la alquimia o la historia la génesis de sus ideas, yo diría más bien que como reacción contra los símbolos de los mitos y el primarismo de las cartas fue inventado a través de los días y las noches el cenagoso hueso de la efervescencia de sus poemas como se repele una pútrida cruz, de modo paralelo a la invención de lo que maléficamente se llama la santa cruz. Pues fue su golem, diría yo por fin, quien hizo a Gérard de Nerval como ha hecho a todos los grandes poetas, ese ser arrancado a un cuerpo del presente y al que los espíritus fuerzan, dios sabe por qué siniestra magia, a regresar en sus sucias historias, cuando la del pasado ha muerto como muerto y bien muerto está el pasado.
No, nunca nadie ha regresado en el pasado o la historia, pero maniobritas de una magia criminal extraen del cuerpo de cada gran alma un cuerpo bueno, bueno para hacer transpirar en las angustias de la inicua historia donde se alimenta su vida superada.
Frente a la Mitología o a las Cartas, Gérard de Nerval encontró sus propias fuentes, y las historias de las altas fábulas palidecen ante los cañonazos del Desdichado, de Horus, de Anteros, de Delfica, de Artemis. Son cañonazos de doble sentido, y a mi modo de ver sólo son herméticos para quien cree aún en Hermes, la psicurgía, el ocultismo o la misa de las mistagogías.
Pues los poemas de Gérard de Nerval son muy claros, y no hay en toda la poesía escrita desde el alba de los tiempos nada que rechace así lo arcano oscuro, la oscuridad de las claves ocultas, la oscuridad de las claves por los celos (del espíritu santo) de todo el espíritu que se hayan escrito acerca de la carencia de nuestra carnal humanidad, de esta humanidad.
La carne de la humanidad sufre, por supuesto, pero por haberse dejado caer en carencia frente al esfuerzo de la claridad.
No ha merecido ser sacada de la carencia, pero la conciencia por ella blasfemado resurge en criaturas.
Pero de cuando en cuando, quiero decir, de tarde en tarde sobre el espacio entenebrecido del tiempo, un poeta ha lanzado un grito para hacer regresar criaturas. Y Anteros, Artemis, Horus, Délfica y el desdichado son esas mujeres, las almas de las criaturas, los seres nacidos en la tumefacto costra de su corazón de suicida inmortal que llegan al primer plano para bramar su drama, la tragedia de su voluntad de luz: para alumbrar la insistente tiniebla, como diría yo si fuese Mallarmé, pero diré como el Antonin Artaud que soy: la insistencia de las tinieblas que suben en torno de mi voluntad de existir.
La primera de tales tinieblas es espíritu, querer saber el cómo y el cuándo por fecha y referencia a los acantilados y a las trilladas costas de los mares de la geografía experimentada, referencia a ese embrujado río del tiempo de los hechos que en el tiempo corre, referencia a sentimientos ya vividos, derrumbados y supuestos, referencia a un drama íntegro ya enmarcado y deslindado por la historia, referencia a experimentados conflictos o pasiones (atrapadas por el féretro), en el féretro disueltas y a las que el retroceso de la muerte ha fijado, pero que aun fijadas están más muertas que si los seres que las vivieron llegasen a revivirlas doblemente por los modelos del pasado.
El espíritu pasado no esclarece, pues, a Gérard de Nerval, y sus poemas no esclarecen mitos, y tampoco, ni celosamente, pueden ser esclarecidos por los mitos amortajados en el pasado. El Anteros de Gérard de Nerval es -ya lo he dicho- un ser nuevo que no esclarece la historia de Anteo, pues Anteros es un ser inventado, la cuerda al corazón de una asonancia nueva que llega desde el fondo del presente soneto a zarandear represiones tan bien maceradas y complejas, que su aridez es una nueva claridad, y su complejidad es la simple trenza de una cuerda durante mucho tiempo fortalecida en la tierra que la inventó. Y esta tierra tiene 14 pies.
¿De qué se trata en el caso de Anteros? De un sublevado. Y saber de dónde llega a la mitología o a la historia es disolverlo. Y asesinarle, Pero mover su drama como una estocada es hacerlo
vivir.
Hace vivir a este incoercible insurrecto que de la hoja hundida en su corazón hace una arma contra el dios interior, espíritu del golpe que quiso asesinarle, herirlo, y del que hará un golpe asesino.
Vuelvo el dardo contra el dios vencedor. (verso de Nerval)
Pero de qué manera animar el drama, cómo hacerlo vivir y volver a verlo diciéndolo.
Los poemas de Gérard de Nerval han sido escritos, no para ser leídos en voz baja, en los pliegues de la conciencia, sino para ser expresamente declamados, pues su timbre necesita aire. Son misteriosos cuando no se los recita, y la página impresa los adormece; pero pronunciados entre labios de sangre, rojos, digo, porque son de sangre, sus jeroglíficos despiertan y es dable oír su protesta contra el intento de los acontecimientos, cuyo protestador no será un golem, sino un ser que de dios rechaza a jehová para obtener a Belus o a Dagón, y de Belus y de Dagón extrae al propio Gérard de Nerval, sublevado contra los monarcas de los dioses y diciendo:
"Me han sumergido tres veces en las aguas del Cocito, sumergido desnudo para hacerme olvidar, sumergido feto para hacerme olvidar, quemado tres veces en ese vitriolo genésico en el que todos los monarcas de la envidia -monarcas de la eterna envidia que los espíritus celestiales sienten por el hombre- hunden al hombre para hacerle olvidar la sucesión de sus combates de encarnado."
Me han sumergido tres veces en las aguas del Cocito, y protegiendo completamente solo, solo en mi obstinada esencia ser y protegiendo completamente solo a mi madre Amalecita,
¿y por qué Amalecita ahora la madre de un Anteros obstinado?
Porque raza de los antiguos enterrados. ¿Cuáles? aquellos que, como los amalecitas primeros, eran los amantes de la tierra eterna, del estupro de las animalidades.
pues el ánima, el hálito del cuerpo, fue esa amante en la tierra, la primitiva tierra uterina empapada y que no tuvo otro amor ni otra luz que amar esa actitud,
ser, como el útero, una tierra que en el nombre del ánima su hálito transplanta al aire su animalidad.
ama, alma a través de todo leteo,
Amalecita, raza del alma que nunca pudo olvidar a la tierra irascible de la que nació y que Gérard de Nerval hará revivir como Anteo surgido de la tierra.
Siembro a sus pies los dientes del vicio dragón.
Este final puede entenderse en otro sentido.
Es que la raza llegada de la tierra sexual de los amalecitas, humus de muerte por humus de muerte, laringe anal de la putrefacción, y que en la historia abandonó la tierra para entrar en la pura sexualidad, no ya terrena por humus voluntariamente amontonados y comprimidos del polvo, no polvo, sino seres animados de huesecillos, que abandonó la tierra, digo, para entrar en la sexualidad pura, encarnación fuera del huesecillo, y no ser más que el húmedo agujero que en su placenta de barro, húmedo se envilece por humedad -micción líquida de una adiposidad-, esa raza hízole olvidar a Anteo su origen de polvo puro, de polvo expansivo y animado (que, si siempre está algo mojado, lo está sólo por su naturaleza seca que se ha desprendido de lo húmedo), y Anteo, que para él fue Gérard de Nerval mismo, quiso vengarlo, pero apresurado como yo o como tú, lector del poema -recitador o declamador-, apresurado por las exigencias de las cosas y arrojado abajo por la dictadura de las cosas, que los monarcas de las fábulas celestiales no han dejado de representar, fue aprehendido y sumergido tres veces en las aguas del Cocito, y sin quererlo, pero impulsado por el viejo y olvidadizo atavismo de su inconsciente, continuó protegiendo siempre a su madre traidora, la amalecita, que toma su útero por ser y que ha hecho del útero un dios. Y útero por útero ella cree ser y tener preventivamente en ese cofre la génesis de su hijo dios.
(Aquí, la historia del cuadro negro en lo de la señora Guilhen, en el que yo progresaba con demasiada rapidez y en el que fui asesinado y puesto en segundo primario.)
Creo que lo que Gérard de Nerval acusa en sus poemas es el pecado original, no de los seres, sino de dios: afectos, voliciones, impulsos, repulsiones.

15 de febrero de 2008

Miguel Anxo Fernán-Vello






Nacido en Cospeito (Lugo) hace cincuenta años. Es uno de los autores imprescindibles de la Generación Poética de los Ochenta. Entre los reconocimientos que le han sido concedidos en este género están: el Premio "Celso Emilio Ferreiro" (1983), el Premio “Esquío” (1984), el Premio de la Crítica Española (1985 y 2005), el Premio "Xacobeo" (1992), el Premio “Martín Códax” (1996) y el Premio "Irmandade do Libro" que le otorgó la Federación de Libreros de Galicia por Territorio da desaparición (Ed. Galaxia, 2004). Biógrafo y dramaturgo, Fernán-Vello fundó en 1991 Espiral Maior, prestigiosa editorial que dirige actualmente.

Traducción y nota introductoria de: Rafael Álvarez R.


de Territorio da desaparición, 2004.


“Poetas expulsados de la ciudad”
¿A dónde ir ahora, qué dirección tomar?
El túnel de salida o el atajo,
llevando en el pecho un círculo helado y una flor de ceniza.
¿Por qué tenemos que irnos de aquí, quién nos expulsa?
¿Quién nos obliga a dejar la ciudad?
En vez de rebelarnos y no obedecer,
en vez de estar firmes y alzar la voz,
decidimos huir, porque algo nos persigue.
El mecanismo oscuro de la amenaza,
el perfil grave que siempre nos condena,
las altas instrucciones que deciden el latido diario,
los que vigilan en la raíz del poema el pensamiento.
Y nosotros huimos llevando en la mano una pequeña brasa
como si fuese un verso,
la luz de la última estrella, un antiguo deseo
que ahora nos alarma.
El tiempo fue fraguando esta áspera suerte,
hubo reuniones secretas y un parecer unánime:
¡que se vayan, que emigren!,
los ciudadanos rechazan la voz perturbadora del inútil,
la música sin sentido, los ridículos signos
que resuenan obsoletos, puro ruido inservible.
Y la decisión fue rápida. Se ejecutó la orden.
Nosotros ya intuíamos algo.
Pero ahora que arde en nuestro asombro intacta,
como un súbito relámpago en la memoria, la belleza perdida;
ahora que dejamos las últimas calles de esta ciudad
extraña,
sabemos para siempre que este es nuestro destino:
nuestra residencia es la palabra en el tiempo,
la construcción más pura,
el perfecto retorno,
y la ciudad naufraga en su denso futuro
de laberinto, estruendo, inmediato crepúsculo
y su polvareda oscura cuando ya estamos lejos,
más allá, en otra noche, atravesando el mundo,
expulsados y libres, ciudadanos
de la poesía.


***

Perspectiva y certeza

Estamos aquí, sentados, contemplando una plaza
vacía,
porque nadie la cruza ahora, nadie pasa
cuando nuestra mirada se extiende admirando
esta hora desierta.

Sólo el silencio es presencia, su perfil tan denso
ocupando el espacio,
su clamor abstracto rozando la nitidez.

Y nosotros aquí, sentados, casi ausentes de todo,
en la plaza solitaria, en el centro de la extrañeza,
en este ámbito físico que es pura geometría del tiempo.

¿Por qué nadie acude a esta claridad,
a esta paz construida entre la piedra y el cielo?
¿Dónde están los turistas, visitantes, asiduos,
los vecinos de siempre, algún niño del barrio
con su bicicleta, palomas a revoletear?

Porque resulta rara esta desnudez sonámbula,
este pozo de ausencia, esta desolación,
la perspectiva triste que comienza a inquietar
como una lejanía, como un sueño imposible.

Y nosotros seguimos aquí, sentados, contemplando
la misteriosa vibración de la nada,
el vaciado ser de la soledad,
el enigma de esta plaza desierta:
la única certeza que existe.

Filiberto González

Cuba (Cienfuegos, 1969). Mereció el Premio Calendario en el 2003 y el Premio Pinos Nuevos en 2004.






Foto




Una segunda
y tercera posturas
se diferencian de la Primera.

Donde el nudo sostiene lo rígido
que puede ocasionar movilidad
en las patas traseras;

como si el esternón propiciara un lenguaje
que presione las poleas
e inclinen la nuca hacia atrás.



...





Depósito




En el depósito
la musculatura acciona el papel
como el cráneo la corteza
donde fueron aniquilados,
raíz y comestible;

que nos posibilita
llegar a que tus manos
(en el depósito)
posean un instrumento
colocado en la boca.

Allí encontrarás
entre uno y otro borde
la cáscara dura y amarilla
en el Depósito.

14 de febrero de 2008

Eva Veiga















Pontedeume, La Coruña, 1961. Periodista y anfitriona de exitosos programas televisivos que le valieron el Premio TP (en dos ocasiones) y el Premio Galicia de Comunicación. Por su quehacer como conductora y directora de Galicia no Tempo, serie documental sobre la historia del arte gallego, ha sido reconocida con el Premio del Colegio de Arquitectos de Galicia y con el Premio de Honra de la UNESCO. Poetisa del desgarramiento, posee ya cinco cuadernos de notable singularidad dentro del coro de voces que conforman la ciudad letrada gallega.

Traducción y nota introductoria de: Rafael Álvarez R.

De: Paisaxes do baleiro, 1999.

Mi abuelo dijo:
-Miren
si el mar sube o baja.
Le contestaron:
-Va en reflujo.
Mi abuelo dijo:
-Es hora de irse.
La ciencia hoy en día explica
de un modo positivo
la influencia de las mareas
en el corazón de los hombres.
Aún así, el adiós es un extraño suceso.


De: A luz e as súas cicatrices, 2005.

29

En un principio fue el círculo de luz,
como si un ave existiera antes
de medir el infinito,
como si en su borde azul la llama
se prolongase
ausente.


...


40

Hace frío y salimos al monte
a buscar leña y también traemos
piñas con las que encender el fuego.
Sobre el hogar disponemos
los troncos y las llamas inician
con vehemencia la combustión
de la periferia hasta que el fuego
se instala en el duramen del bosque
y reina como un dios inapelable
a quien se le rinde el sacrificio de las horas.
Por la chimenea crece una flor de humo
que deshoja el viento.

...

54

La Nada
Ese número secreto.



Antón Lopo















Monforte de Lemos, 1961. Poeta, narrador, ensayista, biógrafo, dramaturgo, periodista. Es uno de los precursores de la poesía de tema homoerótico en Galicia. Ha coordinado el suplemento Revista de las Letras y la sección cultural de El Correo Gallego. Recibió los premios "Álvaro Cunqueiro" 2004 de teatro por Os homes só contan ata tres, y el "Esquío" 2003 de poesía por Fálame. Su obra poética cuenta con: Sucios e desexados, 1987; Manual de masoquistas, 1990; Á sombra dos rapaces mexando, 1995; libro dos amados, 1996; Fálame, 2004; entre otros.


Traducción y nota introductoria de: Rafael Álvarez R.


de la antología: A tribo das baleas, 2001.


“Azul”

Amo y esclavo
acuerdan complejos mecanismos de excitación
y reordenan personalidades fraudulentas.
Gritan y sus gritos son de dolor,
aunque nada parecido al dolor exista
en el fondo de sus bocas.
El dolor pactado,
el dolor que engendra las cárceles,
el dolor que rompe la herencia de las circunstancias,
el dolor que borra las caricias maternas,
los preceptos del uso recto y mimético,
ese dolor es una espiral que desgarra la carne
como un sacacorchos
y derriba espacios íntimos
que nadie pisó nunca y nunca intuyó.
Tú no eres tú y lo sabes.

...


De: libro dos amados, 1996.


“Calzonazos II”

Ningún lugar seguro para los amantes salvo la respiración,
que le tiende una alfombra a las vísceras
y ofrece las batallas aliento contra aliento.
Tal vez sólo se trata de fluir lentamente hacia el bosque
y disolverse en él como un gran señor, venerable y plácido.


...


“Al último”

El placer existe siempre
pero no siempre lo reconocemos,
ni llegamos hasta el fin,
cuando nos libera.
“El paseo”
La gente dice que tiene aura
y algo debe tener
porque electriza las superficies lisas
y las vuelve rugosas.
Porque en la distancia puede sentir
la atracción de tu piel,
mano a mano enfrentadas sin tocarse.
Porque pasa y se apagan las farolas.

Antonio José Ponte











Matanzas. Cuba 1964. Ha trabajado como ingeniero hidráulico, guionista de cine y profesor de literatura. Ha publicado dos libros de cuentos: In the cold of the Malecon & other stories (City Lights Books, 2000) y Cuentos de todas partes del imperio (Éditions Deleatur, 2000), este último traducido al inglés como Tales from the Cuban Empire (City Lights Books , 2002). Su poesía está recogida bajo el título Asiento en las ruinas (Letras Cubanas, 1997). Es autor de la novela Contrabando de sombras (Mondadori, Barcelona, 2002).Es uno de los más prestigiosos ensayistas cubanos.







Canción



Pasé un verano entero escuchando ese disco.
Para que la emoción no se le fuera
lo escuchaba una vez cada día.
Si me quedaba hambriento salía a caminar.

A su manera la luz cantaba esa canción,
la cantó el mar, la dijo
un pájaro
Lo pensé en un momento:
todo me está pasando para que me enamore.

Luego se fue el verano.
El pájaro
más seco que la rama
no volvió a abrir el pico.



...



Un poco a la manera de Ismael




Se desprendió una nube, floreció el rododendro.
El estiércol humeaba en su nimbo de santo.
Saltó el gallo, la sangre,
se sublevó la lengua:
déjame echarte adentro mi moneda de leche.

Pasó el viento y abrió las piernas de la hierba.
Se alzó el último oleaje del verano.
Déjame echarte adentro mi moneda de leche,
llamarte perra arriba, llamarte alondra abajo.

12 de febrero de 2008

Lawrence Durrell


Novelista y poeta británico, nacido en la India (1912-1990). Es hermano del también escritor Gerald Durrell. Su primer éxito fue la novela autobiográfica El cuaderno negro, que escribió en París en 1938. Lo mejor de su obra se basa en gran medida en las experiencias y observaciones de sus largos periodos como diplomático en el extranjero, principalmente en Grecia, Chipre y Egipto. Cosechó su mayor éxito con El cuarteto de Alejandría, una tetralogía publicada originalmente por separado y en la que se incluyen Justine (1957), Balthazar (1958), Mountolive (1958) y Clea (1960). El cuarteto es un estudio del amor y las intrigas políticas en Alejandría antes y durante la II Guerra Mundial. La compleja estructura de la novela y su estilo elaborado evocan el ambiente exótico de la ciudad. La celda de Próspero (1945) y Limones amargos (1957) —lo mejor de su producción en opinión de algunos— describen la vida contemporánea en las islas de Kérkira (Corfú) y Chipre, respectivamente. Entre sus obras posteriores cabe citar Tunc (1968) y sus secuelas, Nunquam (1970), Monsieur (1975) y Quinx (1985). La poesía de Durrell, en la que también se pone de manifiesto el poderoso uso evocativo del lenguaje, se recopiló en Poemas completos, 1931-1974 (1980). En 1969 publicó una colección de sus ensayos de viajes, El espíritu de un lugar.





El peligro de lo imaginario

Por Robert Mintz

Unas semanas antes de su muerte (8 de noviem­bre de 1990), Lawrence Durrell desde su última morada en Sommieres (Francia), concedió al pe­riodista norteamericano Robert Mintz la presente entrevista, cedida exclusivamente para ser editada y traducida por Común Presencia. Lawrence Durrel (Julundur, India, 27 de febrero de 1912), nos legó dentro de su entrañable obra, algu­nos de los títulos que destacamos a continuación: Cuaderno Negro (1938); El laberinto Oscuro (1947); Sappho (1950); Collected Poems (1960); El Cuarteto de Alejandría (finalizado en 1960); Tune y Nunquam (1970); y El Quinteto de Avignon (1980). Entre su extenso trabajo destacamos tam­bién Una Venus Marina; El flautista de los Aman­tes; Primavera Cálida y los cuadernos de viaje: Li­mones Amargos y La Celda de Próspero, así como su Correspondencia con Henry Miller. Penetremos con él a las hechuras de su fuego vital y escuchemos en su palabra la delatada influencia de un conocimiento abisal, dotado de la más alta y embriagante armonía.


RM: Para Henry Miller el arte era una forma de re­cobrar la inocencia. ¿Un escritor como usted para quien la literatura es una forma de la reflexión comparte esa sentencia?

LD: De hecho, cuando asumimos su ceremo­nial, su carácter de rito, cuando oficiamos en la palabra, hay una conciencia implícita fran­queando todo umbral de la inocencia. Cruzar­lo implica entonces adentrarnos en un tumul­to de intenciones preconcebidas, aunque una vez adentro las mismas se desvanezcan para asumir el rumbo propio de los personajes; y el carácter de los mismos, puede contener múlti­ples variantes que han dejado ya de pertene­cer al autor, al convertirse en creaciones fenomenológicas con espíritu propio, trans­mutándose en su continuo y polivalente fluir. Creando su espacio, puede aparecer el signo inocente que no dejaría de ser sino una ins­tancia imaginante y por lo tanto temporal. Co­rresponde entonces al escritor, más no a la li­teratura, apartarse de esa Inocencia y condenarse felizmente a asumir una concien­cia de libertad creadora.

RM: Se dice que es imposible mirar de fren­te a la verdad como al sol, ¿es posible aplicar esta misma relación cuando se trata de un personaje?

LD: “Novela moderna muestra nuevos es­tadios de la psicología, los personajes se han vuelto prismáticos por lo cual tendríamos que observarlos desde muchos ojos simultáneos, es la metáfora de la perspectiva. Alejar el ar­te de nuestra propia intimidad, crear el espa­cio que otorgue movimiento y luz a los perso­najes, investirlo incluso de una superficie que nos produzca extrañeza, es la misión del artis­ta. Sobre este misterio de la escritura, sobre su cosecha de milagros, con la palabra itine­rante tendiendo hacia un múltiple significado debemos enfrentarnos incesantemente. Los personajes poseen un ropero de rostros y el escritor debe estar atento para delatarlos. Fi­nalmente, solo puedo asegurarle que he vela­do con empeño lo que vine a contemplar.

RM: ¿Alejandría y Avignon, presencias me­morables, representan el latido mítico de Durrell?

LD: Soñamos lo que fue, lo que es, lo que es­peramos que sea. Las ciudades, quizá como ningún otro espacio físico del hombre, entrañan la embriaguez transfigurada y mágica de nuestra dispersión interior. La inusitada transformación de los azares y atmósferas, nuestro devenir silencioso, incluso nuestra vi­sión supra-terrestre que mitifica la búsqueda de lo sublime, nace, en mi caso, de la más al­ta caída en las ciudades. Esa que somos, esa que contiene tanto de nosotros, es posible que confluya en la elegida, es decir en la mítica. ¿Cómo llegar a ella, o por lo menos cómo ima­ginar que existe si no la obsedemos entre el desgarramiento de un vuelo tembloroso escu­driñando sus espacios y presencias? Enton­ces... sí. Es posible que Alejandría y Avignon sean en el deseo de mi espíritu ese conjuro misterioso. En ellas a través de El Cuarteto y El Quinteto, conjugué toda la incoherencia psíquica que entrañan las ciudades del hom­bre. Encontré las emanaciones de lo perdido y lo recuperado. La prolongación de nuestra extrañeza y estupor, esa summa de deshabita­ciones e identidades que pueden resumirse con el asombro; el tránsito por lo desconoci­do donde se produce el encuentro abismal con el sobresalto, lo representaron ellas. Ale­jandría como un fantasma evadido del tiem­po, me asaltó siempre con sus alucinantes contrastes. Avignon, arraigada en mí con su enigmático y febril destello cátaro, me golpeó como una memoria. Ciudades conocidas y desconocidas (siempre cambiantes), las dos me abatieron con su compendio de voces cruzándose en idiomas diferentes. Nunca qui­se descifrar la ciudad que me poseía sino en­carnarla, tatuarla en mis personajes. En sínte­sis, Alejandría y Avignon no solo fueron el ritual que mitificó mi esencia, sino el roce de mis orígenes coexistiendo con el espíritu del lugar.

RM: Persiguen El Cuarteto y El Quinteto el éxtasis de un legado que perpetúe el tiempo de los amantes?

LD: La estructura del amor está tamba­leándose, por eso existe en esas obras una in­tención de cifrarla, con base en la experiencia desgarradora de lo que ha sido su transcurrir a través de los siglos, y la prolongación de esa experiencia inaugurando espacios de infini­tud que conjuguen materia y espíritu, posibi­litando su advenir que fracture las formas con­vencionales de la occidentalización del amor, su desequilibrante agotamiento, su oculto de­samparo y su final desgarrador, para convertirlas en prometedor acceso a un tiempo benéfico.

Buscarse, es posible que sea agotarse. Pero ago­tarse en otro, fertilizar nuestra otredad constelan­do el espíritu de lo desconocido, debe ser una im­posición esencial del ser, porque creo que el hombre ‑ya lo dije‑ sólo será feliz cuando sus dio­ses se perfeccionen.

RM: ¿Aún en su forma más silenciosa usted mantiene una permanente latencia del espíritu a lo largo de su obra. ¿Podríamos hablar un poco de ello?

LD: En estos tiempos desmesuradamente equívocos, en estos días sin señales posibles, dón­de lo cotidiano es la única grieta sobre el vértigo, ¿cómo no sujetarnos al solitario temblor que nos ha elegido y cómo no acceder con todo nuestro humanismo (en el sentido que la da Miller a esta palabra) a esa intensidad rutilante? Por lo demás creo haber intercambiado en todos mis libros, ca­da uno de sus inagotables movimientos. Todo cuanto les dio forma a ellos, estaba regido por esa presencia infinita.

RM: ¿De Durrell a Durrell, cómo se gesta el tránsito de la memoria?

LD: La literatura, esa suerte de transformación aleatoria de la realidad, no puede ser más que el río del tiempo que nos pasa. Está más allá, pero más acá, y seguirá su curso. Cuando digo esto, in­voco a Heráclito porque sé que es uno o todos los hombres. De Durrell a Durrell, no podría existir evasión ni sustracción alguna al culto de la memo­ria, pues qué otra vislumbre tendremos en la ve­jez sino Ella, para configurar nuestra doliente fe­licidad?

Y este pasar, este creer haber sido, se extiende a través de la memoria, se convierte entonces en abstracción transformada, por la que accedemos enigmática y jubilosamente a la atemporalidad.

RM: ¿Si pudiéramos recuperar en su voz la ce­remonia de la palabra, ¿qué brújula nos daría?

LD: Siempre creí que la literatura debe investir­se del peligro múltiple de lo imaginario. Debe preceder cada palabra, tocada o no por los invisib­les hilos de la materia, por los intangibles rumo­res del espíritu, o por las inasibles trasparencias de la alquimia (para decirlo con un término tan gastado). Cada obsesión que dibuje esa Palabra, cada acto por ella creado, vertiginoso o simple, debe imantarse de la atracción del abismo. Debe necesariamente sitiar al universo.

Nikolái Gumiliov















Kronshtadt, 1886-Petrogrado, 1921. Poeta ruso. En 1912 fundó la escuela acmeísta, en reacción contra el simbolismo. Sus mejores poesías se encuentran en El carcaj (1916) y La columna de fuego (1921).






La palabra




En aquel tiempo, cuando Dios giraba
su rostro sobre el mundo nuevo, entonces,
detenían el sol con la palabra
y con ella se arrasaban torreones.

El águila no osaba alzar las alas
y los astros se anclaban a la luna,
si la palabra alguna vez volaba
como una llama roja en las alturas.

Y el número se usaba en lo mundano,
como un buey que trabaja uncido al yugo;
pues los matices del significado,
los transmiten los números fecundos.

El patriarca canoso, en tiempo antiguo,
que del bien y del mal sacó riqueza,
con su vara, por miedo a los sonidos,
el número trazó sobre la arena.

Pero olvidamos que, de lo terreno,
tan sólo en la palabra hay salvación,
y que en algún lugar del Evangelio
está escrito que la palabra es Dios.

Le impusimos los límites estrechos
que nos dictaba la naturaleza;
y como abejas de un panal desierto,
así se pudren las palabras muertas.



...



El tranvía extraviado




Para mí aquel barrio era desconocido,
de repente oí unos graznidos de grajo,
notas de un laúd, un lejano rugido:
volaba un tranvía por la calle abajo.

Por algún misterio sucedió que luego
me encontraba montado en aquel tranvía;
dejaba a su paso una estela de fuego
que brillaba incluso a plena luz del día.

Alado ,corría, negra tempestad,
volaba extraviado a través del abismo
del tiempo... «Atención, conductor, por piedad,
detén el vagón, detenlo ahora mismo».

Tarde: hemos pasado hasta la última almena,
todo un palmeral se perdió a nuestro lado,
y a través del Neva, del Nilo y del Sena
por tres puentes nuestras ruedas han chirriado.

Surgió en la ventana, por sólo un momento,
mirando hacia dentro con un gesto huraño
un viejo mendigo —si no me lo invento—
aquel que murió en Beirut el pasado año.

¿En dónde me encuentro? Afligido, angustiado,
el corazón dice latiendo a raudales:
«Ves la estación donde se vende al contado
el billete a las Indias Espirituales».

Un cartel... en una escritura sangrienta
se lee: «verduras»; pero sé de cierto:
aquí no se trata de nabos en venta,
aquí se comercian cabezas de muerto.

En camisa roja, con su cara de ubre,
también mi cabeza rebana el verdugo
y en una gran caja pringosa la cubre
con otras cabezas rezumando jugo.

El gris de la hierba... Una casa, mirad,
con sus tres ventanas: en el callejón,
tras el seto—: «para, conductor, por piedad,
para ahora mismo, detén el vagón.»

Aquí tú, María, has cantado y vivido,
aquí para mi bordaste una cubierta;
tu cuerpo y tu voz, ¿hacia dónde se han ido ?
¿acaso es posible que ahora estés muerta?

En tu cuarto estabas en plena agonía,
y, mientras, con una empolvada peluca,
fui a la emperatriz a rendir pleitesía
y ya no volví a mirarte en vida nunca.

Nuestra libertad es la luz emanada
—hoy lo sé— en lejanas regiones etéreas.
Hombres y animales están a la entrada
del jardín de fieras que son los planetas.

Pero siento un aire, familiar, ligero:
desde la otra orilla, una embestida cruel:
la mano de cobre del jinete fiero
y las arboladas patas del corcel.

Para la ortodoxia, fortaleza y guía,
San Isác se esculpe sobre el cielo: allí
haré rogativas en pro de María
y dirán la misa de réquiem por mí.

Pero el corazón está desconsolado,
cuesta respirar y la vida es dolor:
María, jamás me hubiera imaginado
que pueda existir tanta pena y amor.

Livio Conesa

















La Habana 1960. Premio Calendario de Poesía “Asociación Hermanos Saiz 2002".Mención Farraloque V de poesía erótica 2001. Mención en poesía Torroella 1999








¿quién ama con alevosía?
quién amordaza a quién?
el cuerpo a la idea
o la idea al cuerpo
guapo el gesto (el lloro)
del ademán
la impostura de la mordida /
eso es
esto es
(maullar la marea del seno)
le regalo una flor al tallo
un tallo al amor
una flor al sexo






.......







“Amor cuerdo no es amor”
cuando son pares
no (none) la virtud
/
roja la mordida
existe la paz de la inconciencia
¿(oye) has visto
has oído la paz de la mordida?
país lo que escribo
en una cuarta de…
(patria) blanco el juego del miedo
(oye) has visto
el sorbo del miedo
las apoyaturas /
lo que más se parece al miedo
es lo eterno
dormir

8 de febrero de 2008

Raúl Hernández Novás













La Habana 1948-1993. Poeta, Crítico y Ensayista Literario. Se suicidó con una pistola del siglo XIX, heredada de sus antepasados.






Sobre el nido del cuco

I

En estas tardes medrosas
en que no llama nadie a la puerta
y no suenan los timbres y la casa
es un gran frigorífico lleno de silencio
en estas tardes que gravitan sobre los parques
impidiendo la vida y los juegos
--tardes que pesan como un fardo hiriente
sobre los hombros de la estatua inmóvil—
en medio de esta lluvia que no cae y moja
los huesos tan desnudos en la ausencia de voces
sin nadie en mi experiencia I think of you Billy
yo ta también pienso en ti Bi Billy
reconstruyendo mis memorias de piedra
tan pesadas como fuente de sangre
y no tengo nada que decirte porque no
llama nadie
y no hay nadie en mi experiencia.

Quizás jugamos en el mismo parque
un teléfono mudo entre nosotros
un eléctrico hilo que devano temblando
trabajando en la blanca rueca de la
distancia
la senda en cuyo fin cae una nieve triste
un vuelo de pájaro callado
un empeño de ave que emigra
viste con tierra de Wisconsin mis huesos
al garete
un telegrama que las aves llevan y entre
nosotros
no más una vitrina luminosa
que yo atravieso sin romper los vidrios

Gore Vidal










Nueva York, 3 de octubre de 1925. Escritor estadounidense





Ensayos (1952-2001)
Traductor: Eduardo Iriarte. Edhasa, 2007





John Dos Passos a mediados de siglo




La mayor parte de la escritura americana está aquejada de una terrible verbosidad, un legado, sin lugar a dudas, de la Vieja Frontera. Sin embargo, allí donde el narrador de altura de épocas más sencillas seguía adelante sin descanso, nunca muy seguro ni muy preocupado por lo que pudiera contener la siguiente bocanada de aliento, cuando estaba inspirado imbuía al sentido de la vida de un fulgor demótico. Por desgracia, desde aquellos primeros originales, la corriente principal de la novela norteamericana ha dado un salto atrás hasta herederos incontinentes aquejados de verborragia, divagadores que no descartan ni una palabra. Veamos: el individuo entra en la barbería y ve cuatro sillas con dos clientes, uno con barba y otro que lee un cómic de Bugs Bunny; a continuación, toma asiento, piensa en los primeros rizos cortados de un niño y (si se ha psicoanalizado) en la castración, mientras nos enumera las etiquetas de todo frasco de tónico capilar en las estanterías, recoge hasta la última palabra que tiene que decir el peluquero sobre béisbol, y todo eso sin dejar de preguntarse qué ha ocurrido con ese cepillo blanco y duro con aroma a polvos de talco rancio con el que acostumbraban a cepillarte la nuca... Para cortarse el pelo, el auténtico verborrágico utiliza una docena de páginas de descripciones y diálogos al azar que, a fin de cuentas, no guardan ninguna relación con el tema de su novela, si es que lo tiene. Las incluyó de pronto porque al charlatán le vino a la cabeza casualmente una visita al barbero, del mismo modo que el bueno de Tom Wolfe enumeró en cierta ocasión todos los ríos de América porque se le puso en las narices.

Por cada Scott Fitzgerald preocupado por dar con la palabra precisa y la selección del incidente oportuno, hay un centenar de escritores estadounidenses, muchos de ellos de renombre, que al parecer creen que tanto da una palabra como otra, y que merece la pena transcribir lo primero que se les pase por la cabeza. Se trata de una singularidad nuestra que deriva, según sospecho, de una idea desvirtuada de la democracia: si todo y todos están revestidos de la misma valía, una palabra cualquiera sirve lo mismo que otra para expresar un significado, que a su vez no es más valioso que cualquier otro significado. O, por decirlo de otro modo, si todo el mundo vale lo mismo, entonces cualquier cosa que escriba el escritor (que es valioso) debe de tener valor, de modo que, ¿para qué ser selectivos? Esta clase de escritura, que yo llamo demótica, se puede observar en su estado más puro en la obra de Jack Kerouac.

Thackeray dijo de Smollett: "Imagino que no inventó gran cosa". Ahí está el asunto: las dos clases de escritor, recalcadas por el verbo elegido. Imaginar. Inventar. La mayoría de nuestros escritores tienden a ser puntuales narradores de hechos. Nos cuentan lo que ocurrió el verano pasado, por qué se fue al garete su matrimonio, cómo perdieron la patria potestad sobre los hijos, cuánto bebieron y con quién se acostaron, y, si pertenecen al género de la escritura demótica, la tarea de ordenar el alud de palabras e impresiones entre cubierta y contracubierta tendrá que llevarla a cabo el lector. De todos estos narradores sobre lo que ocurrió el verano pasado -o la década pasada-, John Dos Passos es el más obstinado. Desde los hermanos Goncourt no se ha visto tal dedicación a anotar exactamente lo que ocurrió, y, de no ser por sus pasiones políticas, podría haber sido una auténtica cámara cinematográfica de nuestra época. Inventa poco e imagina menos. A menudo destaca cuando cuenta algo que él mismo ha vivido, y anotado. Tiene cualidades para ser un buen crítico de la sociedad, papel que se ha adjudicado a sí mismo: conciencia de la República, severo recordatorio de las buenas maneras que se han perdido, de los senderos útiles que no se llegaron a tomar.

Con lo que parece una actitud desafiante, las primeras dos páginas de la nueva novela de John Dos Passos, Mediados de siglo, las ocupan los títulos de sus obras publicadas, con generosos espacios, diecisiete títulos en la primera página, dieciséis en la segunda: treinta y tres libros, el trabajo de unos cuarenta años. Esta lista atestigua la valentía de Dos Passos, su terquedad y su fracaso terrenal y artístico. Parafraseando la despiadada sabiduría de Hollywood, el escritor pertinaz vale lo que vale su década más reciente. John Dos Passos, objeto de una admiración extravagante durante los años veinte y treinta, se vio ampliamente ignorado en las décadas de los cuarenta y cincuenta, y sus nuevos trabajos, bien se pasaron por alto en silencio, o bien se reseñaron con la tristeza ritual que reservamos a quienes no cumplieron su promesa al arte. Él mismo es consciente de su propio dilema, y en una reciente novela titulada The Great Days registró con una objetividad valerosa, si bien un tanto perpleja, un declive similar al suyo. No voy a intentar hacerme eco de los cambios más evidentes que sugiere su trayectoria. Sin embargo, no puedo sino señalar que hay algo en Dos Passos que pone a los demás escritores inopinadamente a la defensiva, en parte por compasión hacia su persona, y en parte porque la suerte de Dos Passos constituye un escalofriante recordatorio, para aquéllos condenados a escribir de por vida, de que eso es lo que ocurre casi siempre en una sociedad que, por decirlo con tacto, no tiene gran interés por la evolución de los escritores, un proceso demasiado lento para el temperamento norteamericano. Como resultado de ello, en nuestra literatura abundan los velocistas, pero hay una carencia significativa de corredores de fondo.

Antes que nada, debo aclarar que, a diferencia de lo que opinan los críticos más liberales de Dos Passos, sus primeras obras no me parecieron gran cosa, ni siquiera las mejores. Por otra parte, siempre he disfrutado con lo estrafalario de sus ideas políticas, incluso me ha parecido un rasgo admirable. Su progreso político de la izquierda radical a la extrema derecha me parece muy acorde con el espíritu estadounidense, y sólo un liberal doctrinario sin el más mínimo sentido del humor se horrorizaría ante algo así. Después de todo, no se puede decir que Dos Passos tenga la menor relevancia política. Si no se le toma muy en serio, es agradable. Mientras que hay un grado notable de comicidad inadvertida en su admiración por congresistas patanes como Barry Goldwater, Mediados de siglo no es más que una página tras otra de demagogia al estilo de la vieja guardia. Se observa, por ejemplo, esa anticuada expresión sureña de "la guerra de Roosevelt", en lugar de la Segunda Guerra Mundial, así como, de vez en cuando, algún pasaje parece casi parodiar al último prodigio salido de Wisconsin:

La invasión de la Unión Soviética llevada a cabo por Hitler interrumpió el apoyo de los comunistas. Stalin necesitaba ayuda lo antes posible. Un belicista como Roosevelt se convirtió en el dios de los comunistas. [...] Para numerosos burócratas de Washington, el trabajo bélico representaba antes que nada ayuda para los soviéticos.

Ese "numerosos" es magistral. "Tengo en mis manos una lista de NUMEROSOS burócratas de Washington que..." Políticamente, por hacer un atroz retruécano, Dos Passos está por los de Byrd.1

1. El "atroz retruécano" estriba en el doble sentido que encierra la expresión Is for the Byrds, que significa, "está a favor de los de Byrd", en referencia al senador estadounidense Robert C. Byrd, pero también "es trivial" o "es de poca monta". (N. del T.)

Mediados de siglo aborda, a grandes rasgos, el movimiento obrero norteamericano desde el New Deal hasta el presente, con ocasionales reminiscencias de tiempos anteriores. La organización del libro es caótica. Hay poemas en prosa en cursiva, breves biografías impresionistas de figuras públicas reales, varias narraciones ficticias en las que diversos hombres y mujeres sufren las represalias de los sindicatos obreros. Y, por supuesto, su recurso patentado en USA: el uso de titulares periodísticos y fragmentos de noticias como contrapunto a la narración, con objeto de afianzar ésta en el espacio y el tiempo.

Veamos antes que nada este último recurso. En USA tenía efectividad. En dicho libro, Dos Passos se topó con un hecho interesante: prácticamente todos sufrimos el efecto narcotizante de los periódicos. El diseño de la plana de un diario tiene algo que, aunque sólo sea por costumbre, mantiene nuestra atención por aburrido que sea el asunto. Uno sigue leyendo, a la espera de una sorpresa o estimulación. El éxito de las columnas de cotilleo no es más que una descarada explotación de la adicción a los periódicos. Aunque a uno le importe un carajo lo que le dijo la duquesa de Windsor a Elsa Maxwell, o qué desconocida recibió en plena noche una visita de sir Stork, si uno tiene la mirada adicta seguirá leyendo, alelado.

(Una nota entre paréntesis para escritores de rompe y rasga y un aviso para lectores que sufren la explotación: cualquier columna de texto, incluso esta misma, mantiene la atención del lector si hay suficientes nombres propios. Nat King Cole, Lee Remick, Central Park, marqués de Sade, senador Bourke, Hickenlooper, Marilyn Monroe. ¿Lo ven? He atrapado a unos cuantos que habían hojeado los párrafos anteriores, de carácter más denso, convencidos de que era material literario bastante soso. "¿Marqués de Sade? Debo de haberme saltado algo. Veamos, aquí pone "estimulación"..., no, "Hollywood"..., no.")

Esquire, mayo de 1961

7 de febrero de 2008

James Agee












Estados Unidos, 1909-1965. Fue escritor, novelista y periodísta. Su novela autobiográfica A death in the Family (Una muerte en la familia) de 1957, ganó el premio Pulitzer. La novela fue llevada al teatro con éxito (1960) y se rodó una película sobre ella (1963); las dos aparecieron con el título de All the Way Home. Agee también escribió varios guiones de cine, entre ellos La reina de África, dirigida por John Huston, y La noche del cazador, dirigida por Charles Laughton. Sus críticas cinematográficas se publicaron en Agee on Film (2 vol., 1958-1960). Letters of James Agee to Father Flye (1962) sugieren lo complejo de su personalidad.





A Walker Evans



Contra el tiempo y los daños del cerebro
Afila y calibra. Aún no del todo
Pero sí en alguna parte arbitrada
Ordena la fachada del lánguido verano

Espías moviéndose con delicadeza entre el enemigo
Los hijos menores, los necios
Apartan un poco los dialectos y las pieles manchadas de locura
Fingida,
Señalan ambiguamente y engañan al centinela eludido.

Edgar, llorando de piedad, a la repisa de aquel risco pálido,
Lleva a su padre ciego y describe un poco,
Mírale, despierto a medias, caído entre pequeñas flores silvestres
Pero, desapercibido, retírate.

Aún no es aquella hora desnuda cuando, armados
Desechado el disfraz, desafiamos al enemigo cara a cara.
Todavía , compañero, corren las bestias y destruyen el cielo
Todavía cautivo esta el rey viejo y bravío.


...





Una muerte en la familia (fragmento)




" No quiero referirme ahora a los juegos con que se divertían los niños por la tarde, sino a un ambiente contemporáneo que tenía poco que ver con ellos: el de los padres de familia, cada uno en su jardín, con la camisa que se les decoloraba a la luz artificial y el rostro gris, regando las plantas. Las mangueras estaban fijadas a grifos que salían de los cimientos de ladrillo de las casas. Las lanzas de las mangueras eran de muy diversas formas; pero, generalmente, lanzaban un bonito chorro de espuma. La lanza yacía mojada en la mano que la sostenía, y había gotas de agua en el antebrazo derecho y el agua trazaba un cono largo y estrecho, curvado, produciendo un grato sonido. Al principio, el ruido de la lanza era violento; luego irregular, de ajuste, y después íbase suavizando hasta convertirse en un tono constante y perfectamente acordado con el volumen y el estilo del chorro, como un violín. ¡Cuántos tonos de sonido salen de una manguera! ¡Cuántas diferencias corales en aquellas mangueras que estaban al alcance del oído! Fuera de cada manguera, el silencio casi absoluto de la suelta, y el suave y corto arco de las gotas grandes desprendidas, silente como el aliento contenido, y el único ruido el grato son en las hojas y el césped al caer sobre ellos cada una de aquellas grandes gotas. Eso y el fuerte silbo con el impetuoso chorro; eso, y aquella impetuosidad haciéndose, no menor, sino más apacible y dulce al ser movida la lanza, hasta aquel murmullo extremadamente tierno cuando el agua no era más que una campana lejana que daba un toque para anunciar que podía romperse el silencio. "

Boris Pasternak


Moscú, 1890-Perediélkino, 1960. Estudió leyes , filosofía e historia en la Universidad de Moscú. Su obra poética y su narrativa han ejercido una notable influencia en los escritores de su país, a pesar de la censura a la que fueron sometidas. Tras unos primeros ejercicios poéticos de inspiración futurista publicó su primer poemario, Un gemelo en las nubes (1914), pero se hizo célebre con Mi hermana la vida (1922).Tras escribir numerosos poemas épicos, de inspiración social (El teniente Schmidt y El año 1905, 1927), volvió a publicar una nueva colección de poesías líricas caracterizadas por su intimismo: El segundo nacimiento (1931). En desacuerdo con la poesía oficial, a partir de 1935 publicó muy pocos poemas, exceptuando Los trenes matutinos (1943) y La inmensidad de la tierra (1945). Al publicar El doctor Zhivago en Italia Pasternak fue objeto de duras críticas, que se intensificaron al ser galardonado con el premio Nobel de literatura en 1958, al que tuvo que renunciar. Ese mismo año fue expulsado de la Unión de escritores de la URSS; fue rehabilitado póstumamente en 1987.









MERANI



Como una flecha vuela el corcel de mis ensueños.
Lúgubre, un cuervo grazna por detrás.
¡Adelante, mi corcel, no pienses nada!
¡Adelante! ¡Dispersa al viento todas tus ideas!
¡Adelante, adelante, ignorando los obstáculos!
A través de torbellinos y granizos, y nieves y tormentas,
debes conservarme los días y los años.
¡Adelante, adelante, sin saber a donde vas!
Que me arranque a los lazos familiares.
No me importa. Si la noche me alcanza en el camino,
la nocturna lejanía posada me dará,
y he de hacerme ciudadano en las estrellas de los cielos.
Me entrego a tu carrera enloquecida;
daré mi confesión al bramido del mar.
¡Adelante, mi corcel, no pienses nada!
¡Adelante! !Dispersa al viento todas tus ideas!

T.S.Eliot











Missouri, USA, 1888-Londes, 1965. Poeta, dramaturgo y crítico anglo-estadounidense, representa una de las cumbres de la poesía en lengua inglesa del siglo XX. En 1948 le fue concedido el Premio Nobel de Literatura.







EL VIAJE DE LOS MAGOS



“Qué helada travesía,
Justo la peor época del año
Para un viaje, y un viaje tan largo:
Los caminos hondos y el aire ríspido,
Lo más recio del invierno”.
' Y los camellos llagados, sus patas adoloridas, refractarios,
Tendidos en la nieve que se derretía.
A veces añorábamos
Los palacios de verano en las cuestas, las terrazas,
Y las niñas sedosas que nos servían sorbetes.
Iban los camelleros blasfemando, mascullando,
Huyendo, y pidiendo licor y mujeres,
Y las fogatas se extinguían y no había refugios,
Y las ciudades hostiles y los pueblos agresivos
Y las aldeas sucias y caras:
Cuánto tuvimos que aguantar.
Al final preferimos viajar de noche,
Dormir a ratos,
Con las voces cantando en nuestros oídos, diciendo
Que todo esto era locura.

Entonces llegamos al amanecer a un valle templado,
Húmedo, lejos de las nieves perpetuas, y olía a vegetación;
Con un arroyo y un molino de agua que golpeaba la oscuridad,
Y en el horizonte tres árboles,
Y un viejo caballo blanco se fue galopando hacia la pradera.
Luego llegamos a una taberna con hojas de parra en el dintel,
Seis manos junto a una puerta abierta
Jugaban a los dados por un poco de plata,
Y alguien pateaba los odres vacíos de vino,
Pero no había información, y seguimos
Y llegamos al anochecer, y justo a tiempo
Encontramos el lugar; era (podríamos decir) satisfactorio.

Todo esto fue hace mucho tiempo, recuerdo,
Y yo lo volvería a hacer, pero que quede
Esto claro que quede
Esto: ¿nos llevaron tan lejos
Por un Nacimiento o por una Muerte? Hubo un Nacimiento,
Teníamos pruebas y ninguna duda. Yo había visto nacer y morir,
Pero pensaba que eran distintos: este Nacimiento
Nos sometió a una dura y amarga agonía,
Como la Muerte, nuestra muerte.
Regresamos a nuestros lugares, estos Reinos,
Pero ya no estamos en paz aquí, bajo la antigua ley.
Con un pueblo extraño aferrado a sus dioses.
Cuánto gusto me daría otra muerte.

(Traducción: Tedi López Mills)

Xosé Luís Méndez Ferrín












Poeta, novelista y ensayista nacido en Ourense en 1938. Es la figura más representativa de la literatura gallega contemporánea y la que más influencia ejerce sobre los escritores nacidos a principio (o después) de los años cincuenta, especialmente a través de Con pólvora e magnolias. Doctor en Filología y Doctor Honoris Causa por la Universidad de Vigo, es también miembro de la Real Academia Gallega. Ha sido galardonado en dos ocasiones con el Premio de la Crítica de Galicia y con el Premio de la Crítica Española.





traducción y nota introductoria de: Rafael Álvarez R.





De: Con pólvora e magnolias, 1976.

“Reclamo la libertad para mi pueblo”




En el viento de manzana que se precipita
en los riscos y pedregullo solar
de cabo de Home* y Punta do Cabalo de Fora*
----reclamo la libertad para mi pueblo.

En el niñito que duerme
en el edredón de tus ojos
----reclamo la libertad para mi pueblo.

En las viejas manos agrarias
en las alondras amorosas de los estíos
----reclamo la libertad para mi pueblo.

En los besos acidísimos y tiernos
de mis hijos inmensos
----reclamo la libertad para mi pueblo.

En las sangres artesanas que tengo ardiendo
en cada dedo mío;
en los finos labradores que aparecen ahora en el papel
llevando sombreros pardos, paños de seda y zuecos remontados
----reclamo la libertad para mi pueblo.

En los crepúsculos de anís
en los que se erige la familia naval de Manuel Antonio*
y pone, de estribor y babor, pequeñitos
fuegos azules y blancos de San Telmo*
----reclamo la libertad para mi pueblo.

En la angustia de arandela que te cerca,
en los marcos, puertas, cierres, en los durísimos y sin luz
alambres, no me tuerzo y
----reclamo la libertad para mi pueblo.

En los tibios infiernos de tu boca, herida
de comunión al sol y al vino más adentro,
diapasón de la verdad de pan de trigo
y cumbre de la calabaza y de la buena alborada
----reclamo la libertad para mi pueblo.

En la cizaña, composición, hechura, dibujo ruin
de cada ceremonia de convenio colectivo
cegando nuestro fuego metalúrgico
----reclamo la libertad para mi pueblo.

En una niña de seis años que nació en Basilea
y cantó para mí la Internacional en gallego y no
pude retener el llanto y fue en mil novecientos
setenta y cuatro, y por ella
----reclamo la libertad para mi pueblo.

En las murallas de enredadera y de la violeta,
en las honduras del musgo y de los helechos,
en los castros, calzadas y sendas
(piedra del más allá) abandonados para siempre
----reclamo la libertad para mi pueblo.

En los caminos cerrados, en los abiertos,
en los que llevan a las casas de los hombres nuestros de cada día,
en los trasportes por ferrocarril,
en los hermanos que gobiernan las máquinas del mar
y los camiones en la alta noche,
----reclamo la libertad para mi pueblo.

En la hoguera de Londonderry*, en cada palabra,
en cada palabra de nuestro tío Ho Chi Minh, como una oropéndola
llenando la tarde de luz nacionalista y líquidos
----reclamo la libertad para mi pueblo.

En la sindical reconstrucción diaria
de cada cosa rota y vuelta a enderezar,
en la unión mínima de los hombres alrededor de un problema sórdido,
en cada petición en grupo,
en cada contubernio de manos dadas,
----reclamo la libertad para mi pueblo.

En la casa de mis abuelos olorosa
a sí misma, singular en el mundo;
en los caballos de la sierra y en los mineros
de Lousame* aquel veinte de julio,
----reclamo la libertad para mi pueblo.

En el estremecido rugir de las mareas en guerra,
en el quejido del amor y en la muchacha
perdida sin que fuera nunca nuestra
----reclamo la libertad para mi pueblo.

En el comer y en el beber
en torno a la olla de la camaradería,
en el sagrado secreto en torno a la perla de luz clandestina,
en el miedo y en la obstinada porfía contra lo adverso
----reclamo la libertad para mi pueblo.

En los luchadores de azufre y fuego ácido,
en los difuntos jamás vencidos,
en los que vendrán y son aún suave brisa y voz de mirlo
y portarán el hierro y darán la muerte clara
----reclamo la libertad para mi pueblo.

En los ríos, en las huelgas, en las romerías,
en las protestas de los muros, en los escritos,
en las gaitas, en las arenas de Espasante acaso
----reclamo la libertad para mi pueblo.

En los emigrados, en los perdidos, en los presos, en los explotados,
en los que contemplan el devenir de las aguas
sin fin, en los que confían en mi partido (tuba de despertar
o camino que nunca se desanda),
en los que combaten y han de ser el rayo
arrasador, en ellos pongo mi lengua y descanso mis ojos
----y reclamo la libertad para mi pueblo.
----y reclamo la libertad para mi pueblo.










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1 Punta litoral atlántica en la Península del Morrazo.
2 Punta litoral atlántica de la isla del Norte de las Cíes.
3 Manuel Antonio (1900-1930), marinero y poeta creacionista gallego. (nota del traductor: n.t.)
4 Santo protector de los marineros. Aparece en los mástiles de las embarcaciones bajo la forma de una aureola luminosa. (n.t.)
5 Así era denominada por los ingleses la capital de Irlanda del Norte, escenario de enfrentamientos entre británicos e independentistas.
6 Municipio coruñés (comarca de Noia) del que emergió un grupo de mineros dispuestos a defender la República tras la sublevación de 1936, que serían luego, en su mayoría, fusilados.
7 Parroquia coruñesa del municipio de Ortigueira.

Luz Pozo Garza














la dama de la poesía gallega, nació en Ribadeo en 1922. Sus mejores textos pudieran ubicarse en: O paxaro na boca, 1952; verbas derradeiras, 1976; Concerto de outono, 1981; y en Códice calixtino, 1986. Su voz se ha expresado en las vertientes intimista, social y culturalista de la poesía. Es miembro de la Real Academia Gallega desde 1996.




traducción y nota introductoria de: Rafael Álvarez R.






De: Códice Calixtino, 1991.



"El reino después del diluvio"



Alguien va pronunciando una sílaba fría,
una mínima curva de un alfabeto efímero.
No digas que llegó la sombra;
fue una sensación nunca verificada,
fue la consagración de un cántico deforme.
No digas que llegó la sombra con labios exaltados.

Alguien va compartiendo las horas limpias,
los movimientos de la noche.
No digas que llegó el tiempo,
el desvelo del otoño que confirma el silencio,
la floración que gime y estremece.
No digas que llegó el tiempo
cuando concilian los labios un temblor de caléndulas.

Distanciar este espacio de una respuesta dura,
recuperar la música entregada a la inocencia.
No digas que va llegando la noche
si te acuerdas de las largas avenidas en una tarde de otoño,
si aún escuchas el idioma inconsolable del país en que se ama.
No digas que va llegando la noche
cuando declina el diálogo de las formas únicas.

Se puede esclarecer
la historia demorada a nivel de una vida.
No digas que cambió la suerte.
En el lugar de costumbre donde se posa un libro abierto
miras nuestra estancia,
el reino después del diluvio,
el reino donde se instalan espacios interiores
que alguna mano preserva de la sombra
del tiempo de la noche de la existencia.
No digas que se acerca como un soplo la muerte,
no digas que se acerca como un soplo la muerte
nunca.

6 de febrero de 2008

Dolores Labarcena

















No, la casa no murió de muerte natural
Sostenida por vigas
que no atraviesan jamás
(como piernas)
ningún callejón
prefirió
imitando a un soldado
o a un hombre demasiado cívico
levantarse
la tapa de los sesos
sólo tuvo que burlar por un segundo la meditación
abrir la puerta (como una boca)
para que el objeto golpease
dentro
en la cavidad craneal

Era tan humillante doparse
y contar hasta 3…


...


Diálogo

La frontera
vuelve neurótico al hombre

Eso jurabas
leyendo aquel poeta ruso
-un tanto anulado por nuestras lenguas-
en lo opresivo
de ésa dimensión mayor.


...


Desahogo

Cuando el perro envenenado en nuestra infancia
-por la vecina
envenenada igualmente
por otros
fármacos
no menos nocivos
que la culpa-

no dejamos de gritar “despeñadero”
fosa/pabellón/declive
como si supiéramos la palabra:
ausencia

esa- según mi madre-
no se puede ocultar
en cualquier bolsa de plástico.

Anna Ajmátova






Nació en Odessa, 1889-1966. Estudió latín, historia y literatura en Kiev y en San Petersburgo. Allí se casó con Nikolái Gumilióv en 1910, poeta famoso, promotor del acmeísmo, corriente poética que se sumaba al renacimiento intelectual de Rusia a principios del siglo XX. Los acmeístas rompían con el simbolismo, de carácter metafórico, y restablecían el valor semántico de las palabras. En esta línea Anna publica en 1912 su primer libro de poemas titulado La tarde.Sus primeros escritos parecen intuir la gran soledad en la que se verá sumergida años más tarde, después de las trágicas consecuencias de la revolución rusa de 1917.







A LA CIUDAD DE PUSHKIN

I


¿Qué puedo hacer? Ellos te destruyeron,
¡Qué encuentro más cruel que el separarse!
Aquí hubo un surtidor, allá alamedas,
más a lo lejos verdecía el parque...
La aurora más rosada que ella misma
fue aquél abril. Olor a húmeda tierra,
a primer beso...






II



Las hojas de este sauce en el siglo pasado se murieron,
para brillar cien veces más lozanas en la forma de un verso.
Las rosas se trocaron en purpúreas rosaledas silvestres,
pero los himnos de la escuela siguen brotando sin desánimo.
¡Medio siglo pasó! Fui premiada por la divina suerte
y en los días violentos olvidé el fluir de los años.
¡Ya no voy por allí! Pero a la orilla del río de la muerte,
yo llevaré mis trémulos jardines de Tsárskoie Seló.

Dulce María Loynaz


Poeta cubana nacida en La Habana 1903 – 1997. Su primera incursión en la letra impresa fue en el periódico habanero La Razón, donde se publicaron sus poemas entre 1920 y 1938. En 1947 publicaría Juegos de agua, otro poemario, y a partir de 1950 el editor español se interesa por la obra de la cubana, publicándose entonces varios de sus trabajos. De esta época, específicamente de 1951, data la publicación de Jardín. Le seguirían varios otros libros, entre los cuales destacan, en 1953, Cartas de amor a Tutankhamon, y en 1958, Poemas sin nombre y Verano en Tenerife, este último un libro de viajes.En 1950 publicó crónicas semanales en El País y Excélsior. También colabora en Social, Grafos, Diario de la Marina, El Mundo, Revista Cubana, Revista Bimestre Cubana y Orígenes.Jardín fue escrita entre 1928 y 1935, aunque su publicación se hizo en España en 1951.Durante su vida recibió innumerables premios y honores; entre otros se destacan el Premio Cervantes en 1992, la Cruz de Alfonso X, el Sabio, y el Premio Isabel la Católica de periodismo. En Cuba recibió la orden cultural Félix Varela y el Premio Nacional de Literatura. En 1944 recibió el premio González Lanuza que otorgaba el Colegio Nacional de Abogados de Cuba.Sus últimas publicaciones fueron Poemas escogidos, de 1985, Bestiarium y La novia de Lázaro, ambos de 1991. La Diputación de Cádiz publicó, además, en 1992, Poemas náufragos, y la editorial Espasa Calpe una amplia antología de su obra.










SI ME QUIERES, QUIÉREME ENTERA



Si me quieres, quiéreme entera,
no por zonas de luz o sombra...
Si me quieres, quiéreme negra
y blanca. Y gris, y verde, y rubia,
y morena...
Quiéreme día,
quiéreme noche...
¡Y madrugada en la ventana abierta!

Si me quieres, no me recortes:
¡Quiéreme toda... O no me quieras!



...


YO TE FUI DESNUDANDO...



Yo te fui desnudando de ti mismo,
de los "tús" superpuestos que la vida
te había ceñido...

Te arranqué la corteza-entera y dura-
que se creía fruta, que tenía
la forma de la fruta.

Y ante el asombro vago de tus ojos
surgiste con tus ojos aun velados
de tinieblas y asombros...

Surgiste de ti mismo; de tu misma
sombra fecunda-intacto y desgarrado
en alma viva...-

Damaris Calderón



La Habana, Cuba, 1967. Poeta, narradora y ensayista. Licenciada en Letras por la Universidad de La Habana. Magíster por la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE), Santiago de Chile. Ha publicado los poemarios: “Con el terror del equilibrista”, Edic. Matanzas, Cuba; “Duras aguas del trópico”, Edic. Matanzas, Cuba; “Se adivina un país”Edic. UNEAC, La Habana, Cuba; “Guijarros”1ra Edición “El Túnel”, La Habana, Cuba; 2da Edic. RIL Ediciones, 1997, Santiago de Chile; “Duro de roer”, Edic. Las Dos Fridas, Santiago de Chile, (2da. Edición, Ediciones Unión, La Habana, Cuba); “Babosas: dejando mi propio rastro”, Edic. Las Dos Fridas, Santiago de Chile; "Sílabas. Ecce Homo”(1ra Edic. Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 2da Edic. Editorial Letras Cubanas, La Habana, Cuba); “Parloteo de Sombra”, Edic. Vigía, Matanzas, Cuba y “Los amores del mal”, El billar de Lucrecia, México, 2006. Poemas suyos aparecen incluidos en diversas antologías sobre poesía cubana y latinoamericana actual. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, holandés, portugués, francés y servo-croata.















Distancias



La lejanía
es un estado del alma
(no puedo
recordar tu cara)
Inmoviliza los objetos
-los sujetos-
los dora
de una bondad
que nunca tuvieron.
La lejanía es cruel
deja entrever
y ciega.

¿No reconoces a tu madre
de un animal de tiro?




...



Mi cabeza está en otra parte


Literalmente:
fuera del camino.
Como el herido
convaleciente que
no puede ser
llevado en hombros.

Monsieur Guillotind
inventó una máquina
para separar
la cabeza del cuerpo.

(La cabeza cortada
contempla las cosas tal como son,
el Presente puro, sin ningún significado,
sin arriba no abajo,
sin simetría, sin figuras.
Sin desesperación.)

Rápida y eficaz
como el racionalismo.